La zona de confort



Antes de que pueda reaccionar, traza un círculo sobre la arena, rodeándola.

-¿Qué haces? –pregunta sorprendida.
-Estás atrapada en tu zona de confort.
-¿Mi zona de confort?
-Es el lugar donde te sientes segura. Ya sabes, la rutina, lo fácil. Lo que no asusta.
-¿Y qué tiene de malo estar atrapada en ella?
-Que no eres feliz.
-Sí soy feliz.
-¿De verdad lo eres?
-Sí.
-¿Por qué?
-No lo sé, no tengo ningún problema ahora mismo, ninguna preocupación.
-¿Y eso es para ti ser feliz?
-Supongo.
-Dime una cosa, si te dijeran que solo te queda un día de vida, ¿harías exactamente lo que has hecho hoy?
-No, claro que no.
-¿Qué harías?
-No lo sé, un millón de cosas. Sería imposible hacerlas en un único día.
-¿Y qué te impide hacer esas cosas?

Guarda silencio un instante. Piensa en su trabajo, al que acude por obligación cada mañana, para conseguir un dinero que desaparece tan rápido como entra. Piensa en aquel reportaje sobre Nepal que vio en televisión dos semanas atrás. Piensa en él, en todo lo que le diría si no tuviera tanto miedo a su reacción. Y entonces lo entiende.

-El miedo.

Él sonríe al escucharla. Con el pie derecho, borra un trozo del círculo que acaba de trazar y dibuja una puerta. Luego, escribe sobre la arena: felicidad.

-Tienes que salir de tu zona de confort.

Ella, divertida, comienza a caminar hacia la puerta imaginaria que él acaba de crear.

-No, no de cualquier manera.
-¿Cómo entonces?
-Tienes que salir justo al revés de cómo entraste. Entraste acomodándote, sin afrontar ningún riesgo, ¿verdad? Pues saldrás justo al contrario. Vamos, haz el pino. Yo te sujeto.
-¿Que haga qué?
-El pino. Pones las manos en el suelo y elevas las piernas hacia mí. Luego te ayudo a caminar hasta la puerta.
-¿Estás loco? Hay gente mirando.
-¿Y te importa más lo que piensen un puñado de desconocidos que lo que piensas tú misma?
-No voy a hacer el pino.
-Bien. Quédate en tu zona de confort entonces. No arriesgues, una vez más. Acobárdate.
-No tengo miedo, pero no quiero hacer el ridículo.
-Cuando arriesgas, corres el riesgo de hacer el ridículo. Y de perder, fracasar o equivocarte. Pero también puedes ganar, triunfar, conseguir que tus sueños se vuelvan realidad. La única forma de conseguir algo es intentarlo, aunque esa sea también la única forma de fallar. Puedes quedarte atrapada para siempre en tu zona de confort, vivir una vida desprovista de pasión, aceptar cada rutina que la vida te imponga, morir lamentando todas esas cosas que no hiciste. O puedes hacer el pino, aquí y ahora.

Le mira a los ojos un instante. La mirada firme y convencida que devuelven dice todo lo que necesita saber. Es entonces cuando toma su decisión. Despacio, se agacha y posa sus manos sobre la arena. Dispuesta a todo. 

Infinito

Y nos quedamos, de algún modo, en aquel candado que prendimos del puente de Brooklyn. Para siempre, dijimos. Pero los infinitos no se construyen con tinta sobre la piel. Ni se cierran con llave.

Resulta que también había un final para nosotros. Estiramos tanto aquel infinito que nos quedamos en nada. Y en nada, dos ceros ajenos, nos convertimos. 

Se me hace raro, ahora que te has ido, sentir que todos los recuerdos que creamos juntos están tan rotos como nosotros. Como si fueran menos reales ahora que ya no existimos. Se desdibujan los paisajes y se van perdiendo los detalles, como si se colaran por el desagüe de mi memoria. 

No sé cómo entenderme sin ti. Aún estoy aprendiendo a interpretarme. Tanto tiempo siendo dos, que al final me olvidé de cómo ser tan sólo una. Es como aprender a andar de nuevo. Tropiezo a veces, otras contemplo con orgullo mi reflejo erguido en el espejo. Sonrío casi siempre. También lloro. No es fácil, pero sé que puedo conseguirlo. A fin de cuentas, el único infinito que queda en mi vida soy yo.


Y, aún así, me quito el abrigo...




Desde aquí, desde mi casa, veo la playa vacía. Ya lo estaba hace unos días, ahora está llena de lluvia y tú ahí sigues sin paraguas, sin tu ropa, paseando... como una tarde de julio pero con frío y tronando. ¿Se puede saber qué esperas? ¿Que te mire y que te seque? ¿Que te vea y que me quede tomando la luna juntos? La luna, tú y yo expectantes a que pase algún cometa o baje un platillo volante 

Y la playa llora y llora y desde mi casa grito que aunque pienso en abrazarte, que aunque pienso en ir contigo, el doctor me recomienda que no me quite mi abrigo, que no esté ya más contigo...  y yo no puedo negarme pues el tipo soy yo mismo, estudié mientras dormías y aún repaso las lecciones, una a una, cada día... 

Yo no puedo aconsejarte, ya es muy duro lo que llevo... dejemos que corra el aire y digámonos adiós.
Aunque siga suspirando por algo que no era cierto, me lo dicen en los bares, es algo que llevas dentro... que no dejas que te quieran, sólo quieres que te abracen y publicas que no tuve ni valor para quedarme. Yo rompí todas tus fotos, tú no dejas de llamarme... ¿quién no tiene valor para marcharse?¿Quién prefiere quedarse y aguantar? Marcharse y aguantar...

Conversaciones




-La gente nunca dice lo que realmente quiere, por eso es todo tan complicado.
-No lo dicen porque, primero, tendrían que reconocer ellos mismos que lo quieren. Esa es la parte más difícil.
-Y luego está el rechazo. Nadie soporta el rechazo. Perdemos tanto tiempo buscando la aceptación de los demás, que nos olvidamos de aceptarnos a nosotros mismos. Por eso somos infelices, porque dejamos escapar oportunidades continuamente por miedo. 
-A veces me gustaría poder leer la mente de las personas. Todo sería mucho más fácil si conocieras a alguien y pudieses entrar en su cabeza, saber como se siente en todo momento.
-No es necesario complicarse tanto. En el fondo, no es tan imposible.
-¿Qué propondrías tú?
-Sinceridad. La verdad por delante. Conocer a alguien y decirle "te quiero sin ropa en mi cama, sólo esta noche". 
-Pedirle a alguien una segunda cita antes de que termine la primera. Sin intrigas. Sin mirar la pantalla cada cinco minutos esperando a que escriba y sin redactar mil mensajes que nunca envías por miedo a que sea demasiado pronto. 
-O decirle sin rodeos "puedo imaginar perfectamente el resto de mi vida contigo".
-Saldría corriendo.
-O no.

Eres (soy)

Verás, nunca nos habían presentado. Eres yo, o yo soy tú. Como prefieras. Nos hemos visto antes, seguro que lo recuerdas. En el espejo cada mañana. En fotografías. En algún que otro reflejo inesperado. En las retinas de la gente.

Nunca nos habíamos detenido a conocernos. Ya ves, toda la vida juntas, se daba por sentado. Pero ahora entiendo que no. Que no es tan sencillo, verás, hace falta tiempo. Que no eres solo piscis, doce de marzo, mil novecientos ochenta y cinco. Que no eres solo el cinco tres cinco seis o el seis siete. Ni la letra Q o un A+. Ni ciento setenta y cuatro centímetros. Ni el nombre que sigue a la arroba, ni tu alergia a los gatos, ni tu frigorífico vacío o tu reciente adicción a la piña. Bien, todo eso forma parte de ti, sí... pero no eres tú. Tú eres más que la suma de tus partes. Eres, también, la forma en que otros te ven. Y la forma en que tú lo interpretas. Eres cada palabra que dices pero también eres cada silencio. Cada parpadeo al pasar de página. Cada mirada perdida. Cada frase de esa canción que cantas a voces mientras conduces hasta que alguna mirada ajena te hace sonrojar. Eres todo lo que has dejado a medias, pero también lo que has concluido. Tus errores y tus aciertos. Los lugares que has pisado y todos con los que aún sueñas. Eres una frase con acento extranjero y una llamada de skype cruzando el charco. Tu aversión a los finales y tu inseguridad con los principios. Las fotos que quitaste de las paredes y las frases que escribiste en ellas. Cada una de las palabras que hay en tus zapatos verdes. Y ese amanecer, sí, definitivamente eres ese amanecer. Pero también fuiste todos aquellos atardeceres.

Sé que ahora mismo todo esto te parece raro. A mi también me pasa. A veces siento como si todo fueran primeras veces. Como si todo hubiera empezado de cero y yo tuviera la necesidad de aprender a andar sin caerme al suelo. Pero te caerás, es lo único que te aseguro. También te prometo que siempre encontrarás una mano a tu lado, dispuesta a ayudarte a levantarte. Y, si no está ahí, busca con la mirada un espejo. Comprenderás que tu mejor aliada eres tú misma. Y sonreirás, por supuesto, porque nada te gusta más que una buena sonrisa.

Puntos



Nunca me han gustado los finales. Tengo la impresión de que cada punto final sella una historia de manera definitiva y la idea me aterra. Si he de ser sincera, creo que solo hay una cosa peor que un punto final: tres.

Los puntos finales no se disfrazan. Duelen, pero su dolor es honesto. Directo. Ellos no engañan: son definitivos y crueles. Se te agarran al pecho como sanguijuelas y absorben tus ganas con fuerza, hasta vaciarte. Son irreversibles porque, tras ellos, ya no hay más historia que contar. Solo te queda saltar hacia el vacío de la hoja en blanco, cruzando los dedos para que, con suerte, termines cayendo sobre el principio de alguna otra historia. Y, aunque mientras caes es inevitable sentir vértigo, lo cierto es que siempre acabas aterrizando. Porque los puntos finales no te dejan caer, te empujan. Y es en parte esa inercia la que te ayuda a cambiar de página.

De los puntos suspensivos, sin embargo, nunca sabes que esperar pero, aún así, esperas. Te agarras a ellos con fuerza mientras el resto de tu cuerpo se asoma al vacío. Quieres saber qué vendrá luego, pero no puedes mirar hacia abajo porque el vértigo te haría caer. Así que lees y relees las últimas líneas de la historia que ya has vivido, hasta donde te alcanza la vista, tratando de averiguar cómo continuará todo. Y mientras tanto, el esfuerzo te va desgastando hasta agotarte. No, los puntos suspensivos no son definitivos, pero son esperanzadores. Y, a veces, la esperanza puede ser más amarga que el olvido.  

Refugio

Era redonda, de cristal. Se apoyaba sobre una pequeña base metálica para mantener el equilibrio. En su inerior un paisaje nevado. Dos muñequitos de plástico se besaban en el centro. Y, cuando la agitabas, toda la bola parecía llenarse de nieve.

Reposaba en una de las estanterías del salón. Observando cada instante de su vida, en silencio. A veces, cuando todo salía mal, se tumbaba en el sofá con la bola de nieve en su regazo y la agitaba hasta que quedarse dormida. Le gustaba imaginarse que estaba en su interior, disfrutando del paisaje nevado, protagonista de aquel beso perfecto... Y parecía suficiente.

Hasta que no lo fue. Hubo un día especialmente malo. Varios días, tal vez. Días en los que ella podía sentir como el aire se quedaba atascado en sus pulmones y hasta tumbarse en el sofá dolía. Días en loos que hasta sus brazos se quedaron sin fuerzas para agitar la bola de nieve. Y la necesidad de huir era cada vez mayor. Necesitaba volver a su refugio blanco. Pero nada bastaba, nada parecía suficiente.

Entonces ocurrió. Fue como un fogonazo, como un deseo cumplido. Cuando abrió los ojos, estaba dentro de la bola de nieve. Allí de pie, en medio del paisaje nevado. Sobre la estantería. Pero nada era como había creído que sería, La nieve, vista de cerca, no era más que pintura blanca. La pareja no se besaba, solo juntaban sus labios inertes. Y el cristal, el cristal era lo peor de todo. Convertía aquel refugio seguro en una cárcel. La dejaba sin oxígeno.

Asustada, lo golpeó con fuerza para intentar de salir de allí. Una y otra vez hasta que la bola acabó por caer al suelo. El que había sido su refugio durante todos aquellos años acabó así, hecho añicos sobre la alfombra del salón. Solo entonces comprendió que, en realidad, aquello nunca había sido más que una bola de nieve más. Y sonrió.





Mesa para dos




-Pareces distraída, ¿en qué piensas?
-Pensaba en que quiero pasar el resto de mi vida contigo, eso es todo.
-¿Y acabas de decidirlo ahora?
-          No es como si lo acabara de descubrir, en el fondo creo que lo he sabido desde que nos conocimos pero, es raro, justo ahora es cuando lo comprendo. No sé, es como si toda mi vida hubiera estado esperando a alguien. Estuviera con quien estuviera, siempre mirando a ambos lados, siempre buscando. Pero desde que estoy contigo esa sensación ha desaparecido totalmente. Como ahora, ¿ves? Estamos en medio de toda esta gente y ni siquiera puedo ver sus caras. Todo eres tú, hasta donde mi vista alcanza. ¿Qué pasa? ¿Por qué pones esa cara? 
-          Entiendo lo que dices y no creas que no lo aprecio, es solo que no puedo creer en esa idea romántica del amor para toda la vida. El planteamiento es imposible. Ningún cuerpo puede mantener su inercia si hay otras fuerzas actuando sobre él, por muy enamorado que esté. 
-          ¿Quieres decir que el amor es una fuerza? 
-          Quiero decir que todo es una fuerza. El amor lo es, pero también lo es el desamor. Las discusiones, los reproches, las mentiras. Todo actúa sobre la relación y la va frenando. Y, al final, termina por detenerla. 
-          ¿Quiere decir eso que no crees en nosotros?  
-          Creo en nosotros ahora. Es todo en lo que puedo creer. Creía que lo sabías.  
-          No, por supuesto que no.  
-          No puedo mentirte sobre esto, aunque sé que es lo que te gustaría escuchar. La gente se miente a sí misma la mayor parte del tiempo. Todos quieren creer que sus historias de amor son épicas, pero lo cierto es que no hay amores épicos: solo hay historias de amor que acabaron a tiempo.  
-          Odio que seas tan cínico…  
-          Y yo odio serlo. Me gustaría poder conformarme, como hacen todos. Estoy seguro de que sería mucho más feliz… pero no puedo. No sé.  
-          Creo que el problema es que sigues pensando en los demás, aún cuando hablas de nosotros. Puede que esas historias de amor no sean épicas para el mundo pero, ¿lo fueron para sus protagonistas? Con toda probabilidad. 
-          No sé qué decir, la verdad. 
-          Dime que me quieres, aunque sea mentira.  
-          Te quiero, no es una mentira. Quiero estar contigo. Ahora mismo, en este preciso instante, todo en lo que puedo pensar se encuentra localizado entre tu barbilla y tu nariz. Aún si me concentro en mí mismo, todo lo que encuentro eres tú. En cada poro de mi piel, como si estuviera sumergido en ti. Mi piel se ha acoplado, centímetro a centímetro, a la tuya y mi vida está tan próxima a la tuya que me declaro incapaz de diferenciarlas. No miento si digo que ahora, en este segundo exacto, moriría con toda probabilidad si tú decidieras marcharte. Pero no puedo saber qué sentiré mañana.  
-          Quizás el problema sea que sabes de sobra que no me marcharé. 
-          Sé que hoy no te marcharás pero, dime, ¿sabes si tampoco lo harás mañana? 
-          No lo haré.-          Quizás no esté mañana. Pero habrá otros. No puedes controlarlos todos. 
-          ¿Y acaso no te importa? 
-          Claro que me importa pero, dime, ¿qué podría hacer al respecto? Un día yo decidiré irme, o tú lo decidirás. Y entonces ninguno de los dos podrá hacer nada por evitarlo.  
-          Las cosas se pueden arreglar, a veces… 
-          No digas eso, ¿recuerdas lo que solías decir? ¿El por qué odiabas los finales? 
-          Porque son definitivos. 
-          No se puede arreglar algo definitivo, no tiene remedio. Se puede alargar, como haces con tus libros cuando no quieres que terminen. Puedes tardar semanas en leer el final pero terminas por hacerlo. Y el libro acaba exactamente igual que si lo hubieras leído en diez minutos. 
-          Vale, olvídalo, no debería haberte dicho nada. Acabemos la cena, ¿quieres? Eso es todo lo que puedo manejar ahora mismo.

The catcher in the rye


Como Holden Caulfield sin Nueva York. Preguntándome constantemente dónde irán los patos de Central Park cuando el lago se congele. Y los taxistas, que nunca saben la respuesta. Ellos conducen, sí, pero eres tú quien debe indicarles el destino. El problema viene cuando no lo sabes. Cuando gastas hasta tu último dolar en cada cabina de Manhattan y nunca te apetece llamar a nadie. Cuando no hay una dirección que dar porque no hay lugar al que ir. Porque de lo que huyes no es de la escuela, es de ti mismo. Y no hay hogar posible que cure ese vacío. El de no saber quién eres. El de no imaginar quién serás.


Hay cosas que no deberían cambiar, cosas que uno debería poder meter en una de esas vitrinas de cristal y dejarlas allí tranquilas. Sé que es imposible, pero es una pena.