Huesos

Se quedó suspendido un instante en el aire, justo antes de evaporarse. Me pregunté si lo recordaría así, como fue justo antes de deshacerse, con ese leve tintineo que lo sostuvo una décima de segundo frente a mis ojos, en el momento exacto en que era todo y nada al mismo tiempo. Después ya no estaba y sólo por eso parecía que toda su existencia se cuestionaba. ¿Qué sería de todo lo que había sido? ¿Habría dejado de existir a la vez? Nunca lo supe. A veces lo recordaba como era justo antes de desvanecerse y nunca me pareció tan brillante como había pensado entonces que era. Todo lo demás, lo de antes de desaparecer era como una historia mal contada: conservaba el argumento, pero los detalles se habían ido disolviendo hasta dejar sólo los huesos. Los huesos de las historias pueden decir mucho, pero raramente dicen nada que importe. Dejé de intentar rescatar todos aquellos detalles perdidos cuando comprendí que jamás los recuperaría intactos. Se habían ido fragmentando en trozos diminutos que, mezclados con el paso del tiempo, dejaban un sabor ácido en mi memoria. Se me hizo raro quedarme con aquella historia famélica y huesuda que ya no me decía nada. El tintineo dejó de brillar y con los años se convirtió en algo así como un parpadeo. Creo que fue entonces cuando pensé que quizás no mereciera la pena escribir historias que estaban condenadas a perderse. Los finales, siempre los finales. Como si el punto que cierra la última frase absorbiera toda la tinta del resto del libro dejándolo en blanco. Libros blancos, de hueso y hambre. Después de aquello sólo pensaba en devorar todos los pequeños detalles con los que me iba encontrando. Aquella sensación terrible de tener siempre el estómago vacío me consumía. Pensé en coserme las tripas, en encogerme hasta ser capaz de saciarme con un simple bocado. Tal vez así podría aprender a conformarme. Tal vez aquello consiguiera que la historia que contaban mis huesos volviera a tener sentido. Pero siempre me dieron miedo las agujas y al final me quedaba con el hilo enredado entre los dedos y la aguja sin enhebrar. Luego todo se volvió confuso. Supongo que aprendí a hacer caldo con mis huesos. O tal vez encontré la manera de calmar el hambre cuando me rugían las tripas. Quizás sólo fuera que acepté que, si quería llenar mi estómago, al final sólo me quedaría con los huesos de otra historia. Huesos blancos, como los libros cuya tinta ha sido absorbida por un punto final.