Obsolescentes



Vivimos en una sociedad perecedera en la que todo se agota. Todo se acaba, todo se consume. Nada es para siempre. Perdimos los infinitos y nos quedamos con lo volátil. Con lo efímero.Como si sólo rozáramos la superficie de lo que nos rodea. Vamos arañando las cáscaras y dejando a oscuras lo que recubren. Nos vamos convirtiendo en cosas. Objetos de consumo de venta en las grandes superficies. Somos una pieza más del catálogo. Todo en nuestra vida es un catálogo, una página de papel satinado con un nombre escrito en sueco y una cifra. Todo es cuantificable, clasificable, cosificable. No hay nada en el interior. No queremos que haya nada en el interior porque sabemos que todo es pasajero. Y, en el fondo, no queremos perder.

Queremos definiciones exactas. Adjetivos calificativos. Queremos cifras, coordenadas, datos. Buscamos la objetividad porque lo subjetivo nos asusta. Porque lo subjetivo nos contiene, nos exprime. En lo subjetivo entra nuestra interacción con el medio. Lo subjetivo nos implica. Y no queremos implicarnos. Vivimos de puntillas, paseando por el borde del precipicio sin atrevernos a saltar. Los precipicios asustan porque son profundos, inesperados, oscuros. Escapan a nuestro control.

Todo es reemplazable. Un nuevo modelo, una versión actualizada. Más rápido, más caro, más bonito, mejor. Nada importa lo suficiente como para no ser sustituido. No creamos vínculos con lo que los objetos son, sino con lo que simbolizan. Con el estatus que nos otorgan, con lo que dicen de nosotros. No nos involucramos. Todo es desechable, intercambiable, sustituible. Lo que importa es tener siempre la última versión de nosotros mismos. Del producto en que nos hemos convertido.

Vamos deprisa. Las cáscaras de hoy serán la basura del mañana. La sacaremos en bolsas de plástico azul y después será como si nunca hubiera pasado. Como si mis uñas nunca hubieran rozado su áspera superficie. De manera asfixiante, casi claustrofóbica. Con los talones intactos, impávidos. Sintiéndonos seguros en nuestra vida de plástico. En nuestro catálago de esquinas dobladas, que es idéntico a otros tantos. Y eso nos reconforta, de algún modo. El sabernos reemplazables. El saber que cuando seamos obsolescentes habrá otro que nos sustituya. Más rápido, más caro, más bonito. Mejor.



5 distopías que deberías leer


A estas alturas no es ningún secreto que soy una apasionada lectora de distopías. Ayer en twitter me encontraba con esta lista distópica que compartía en mi TL. Como varias personas me señalaron, no todas las obras reflejadas en esta lista son distopías. Además, faltan títulos a mi parecer importantes. Por eso he decidido hacer mi propia lista, que he limitado a cinco títulos que considero imprescindibles. Evidentemente aún no he leído todas las distopías que se han escrito (aunque es un proyecto a largo plazo), así que es una lista basada en mis lecturas.

Pero, antes de nada, creo que lo oportuno es definir el término distopía. Según wikipedia:
Una distopía es una sociedad ficticia indeseable en sí misma.
 El término distopía está basado en "utopía" que, como ya expliqué en este post, fue acuñado por Tomás Moro en su obra homónima.

Del mismo artículo, saco mi propia definición para la distopía:
La distopía es una advertencia. Una crítica por exageración. Se presenta una sociedad imposible, extrema que advierte sobre los peligros de las tendencias actuales. Se utiliza el futuro para alertar sobre el presente. La sociedad distópica guarda inquietantes similitudes con la sociedad sobre la que pretende advertir.
 La Wikipedia clasifica las distopías en dos tipos: puras e indirectas.
Puras: Están basadas en complejos sistemas sociales, legales, económicos, culturales o políticos contra los que el protagonista lucha.
Indirectas o apocalípticas- La sociedad distópica es un escenario de fondo donde se desarrolla la historia. La trama que se describe no parte del enfrentamiento del protagonista con el sistema
 Aquí encontramos uno de los elementos clave de toda distopía: el protagonista se enfrenta al sistema.El punto de partida, la base de toda distopía es exactamente ese: el inconformismo del protagonista, su rebeldía, su lucha contra el sistema. El protagonista de la distopía no está conforme con la sociedad distópica en la que vive. A fin de cuentas, la distopía pretende alertarnos sobre nuestra propia sociedad, es un aviso, una voz de alerta, una llamada al cambio.

Todo lo demás son tramas apocalípticas. La sociedad distópica es un simple escenario en el que transcurre una trama que poco o nada tiene que ver con ella. Ejemplode esto son "El país de las últimas cosas" de Paul Auster o "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" de Phillip K.Dick. En ambos libros existe una sociedad distópica, un futuro indeseable... pero el protagonista no se rebela contra el sistema. El transfondo distópico, apocalíptico se utiliza para poner al protagonista en una situación extrema, para ubicar sus acciones en un espacio concreto. El conflicto de estas novelas no es el enfrentamiento con el sistema, es el enfrentamiento interior del protagonista o su propia lucha por la supervivencia. Mucho más claro resulta encuadrar en este género "La carretera" de Cormac McCarthy ya que la acción transcurre en un mundo apocalíptico, en el que la civilización ha sido destruída.

Por otro lado, tenemos la ciencia ficción.

La ciencia ficción es un género cuyos contenidos se encuentran basados en supuestos logros científicos o técnicos que podrían lograrse en el futuro.
Es lo que sucede, por ejemplo, en "La máquina del tiempo" de H.G.Wells. En esta novela se presenta un supuesto logro científico (una máquina que permite viajar en el tiempo) y es en esto en lo que se basa el resto de la historia. Otro ejemplo que me viene a la cabeza es el relato de Phillip K.Dick "Podemos recordarlo por usted al por mayor" que inspiró la película Total Recall. Quizás aquí se combine un poco todo: tenemos por una parte una sociedad distópica y un avance científico que permite implantar recuerdos artificiales, pero nuestro protagonista no se rebela contra el sistema: nuestro protagonista huye para salvar su vida y a raíz de eso suceden otras cosas. Me refiero a la película, el relato original cuenta otra historia, pero es mejor leerlo.

Es habitual confundir estos tres géneros porque normalmente unos incluyen características de los otros. Me he encontrado con varias listas supuestamente distópicas, como la que menciono más arriba, que enumeran novelas apocalípticas o de ciencia-ficción como si fueran distopías, pero también he visto distopías clasificadas como obras de ciencia-ficción. Supongo que es el eterno debate.

Sin considerarme una experta en el tema, repito que me queda mucho por leer aún, pero escudándome en el poder que mis amigos de La Biblioteca de Trantor me han concedido, he realizado mi propia lista distópica. Son todos los que están aunque no estén todos los que son. Estas son las 5 distopías que considero que todo el mundo debería leer. 


1984 de George Orwell

He hablado (y mucho) anteriormente sobre esta novela. Si os interesa, podéis leer este artículo sobre las interpretaciones políticas y sociales de la misma o escuchar este podcast que grabé para La Biblioteca de Trantor.

¿Por qué hay que leer "1984"?

La sociedad que plantea Orwell en esta novela no sólo es inquietantemente similar a nuestra realidad actual, sino que plantea una serie de posibilidades escalofriantes que todos deberíamos conocer. Es una distopía pura: una sociedad ficticia absolutamente indeseable, opresora y estratificada (otra cualidad reseñable de las distopías: la sociedad suele estar dividida en castas o estratos sociales) con la que un individuo, Winston Smith, comienza a sentirse disconforme.

Hay que leer 1984 (y, de paso, Rebelión en la Granja) porque comprender conceptos como neolengua y doblepensar resulta de los más clarificador, para entender por qué la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza. Ideas inquietantemente familiares que nos presentan un futuro absolutamente factible de una manera magistral.


Nosotros de Yevgueni Zamiatin

Mi novela fetiche, la injustamente olvidada, la que me ha llevado a comenzar una cruzada tuitera por su lectura. De hecho, la he puesto en segundo lugar sólo por disimular. ¿Por qué leerla? Porque esta novela, escrita en 1921 por un ingeniero naval ruso fue la culpable de que, años más tarde, Orwell se sentara a escribir su obra cumbre (y sospecho que también inspiró a Huxley, aunque siempre lo negara). Pero también por motivos personales. D-503, el protagonista de la novela es un ingeniero viviendo en una sociedad distópica y completamente obsesionado con la raíz cuadrada de menos uno. Las metáforas matemáticas son recurrentes en la novela y eso a mí personalmente me parece algo maravilloso.

Puramente distópica, presenta de manera muy clara y entendible otra de las claves del género: la pérdida de la individualidad en favor de la conciencia colectiva. La premisa de toda sociedad distópica es despojar al individuo de cualquier necesidad de rebelarse contra el sistema, una de las formas más sencillas de hacer esto es haciéndole sentir parte del sistema, miembro de un conjunto. El todo siempre es más que la suma de sus partes y la colectividad que ofrece el Estado otorga una seguridad, una sensación de pertenencia que crea un fuerte vínculo entre los miembros de mismo.


Un mundo feliz de Aldous Huxley

Publicada en 1932, esta distopía da una vuelta de tuerca al género. Presentada, en apariencia, como utópica (aunque no en fondo, como ya expliqué aquí) la sociedad que Huxley nos describe resulta inquietante. Los ciudadanos están divididos por castas que se deciden antes de su propio nacimiento, es decir, los habitantes de la sociedad distópica de Huxley son producidos en cadena para ocupar un lugar muy concreto en la sociedad. Con esto, su intención era denunciar la producción en cadena de Ford, en pleno auge por aquella época. Curiosamente, Ford basó sus sistema en los estudios de Frederick Taylor, mencionado repetidas veces en "Nosotros" (pero Huxley decía que se inspiró en las novelas de H.G.Wells, insisto).

En esta novela se aprecia muy bien la disconformidad con la sociedad que lleva a la rebeldía. La sociedad no es opresora, como sucede en otras distopías, pero ejerce un control total y absoluto sobre sus habitantes, a través de la felicidad proporcionada de manera artificial a los mismos. Bajo mi punto de vista, mucho más inquietante que una sociedad totalitaria y reestrictiva, pero hay a quien le podría parecer utópico.

Espejismo de Hugh Howey

La más moderna de las cinco, de 2011. Es el primer título de una trilogía en realidad, pero podría leerse de manera aislada sin problemas. Howey nos presenta una sociedad subterránea, atrapada en una especie de búnker o silo, como lo denominan en la novela. Una metáfora perfecta de otras de las claves de las distopías: la sociedad está contenida en un espacio limitado. El individuo no tiene libertad de movimiento, se encuentra encerrado en todo momento, ya sea de manera literal o figurada. De esa limitación surge el deseo de todo protagonista distópico de huir hacia lo prohibido. Lo prohibido, lo que está fuera de las fronteras de la sociedad distópica supone en sí mismo un acto de rebeldía.

También me parece muy interesante la observación que se hace en la novela sobre los métodos de control de las revoluciones. Howey explica muy certeramente que toda sociedad reprimida precisa de una válvula de escape (bastante literal en este caso). Apreciable también en Rompenieves, la película distópica sobre la que hablé en este podcast. La idea que presenta esta película es que la revolución debe de estar controlada desde sus orígenes por el propio Estado, pero logrando que los individuos crean que están actuando por voluntad propia.



Fahrenheit 451 de Ray Bradbury

Escrita en 1953, la trama gira en torno a Montag, un bombero encargado de quemar los libros por orden del gobierno.Creo que esta frase explica perfectamente por qué cualquier amante de la literatura debería leer esta novela. Pero hay más. En la novela aparece el personaje de Clarisse, una chica que "piensa de más" y que hace que el protagonista se replantee su papel en la sociedad. Esta es otra de las claves de las distopías: con frecuencia aparece un personaje que obliga al protagonista a replantearse su actitud ante la sociedad en la que vive. Normalmente se trata de una mujer. Este personaje "detonador", como yo lo llamo, suele estar ya liberado de sistema (caso de I-330 o de Julia) aunque no necesariamente tiene por qué haberse rebelado contra él. El único requisito es que tenga ideas propias, ajenas a las inculcadas por el Estado.

Además, me parece interesantísima la reflexión que plantea la comparativa entre las novelas de Bradbury y Huxley. Mientras el primero teme una sociedad que queme los libros, el segundo nos plantea una sociedad que ha dejado de sentir interés por la literatura. Ambas ideas terribles, al menos bajo mi punto de vista, aunque la segunda mucho más cercana a nuestra propia realidad.



Si tenéis algún aporte, sugerencia, protesta, título distópico que proponerme ya sabéis: twitter, comentarios del blog o un email. 



Vivir con miedo



Cuando era pequeña, un día volviendo a casa del colegio vi a un hombre masturbándose en su coche. El tipo, al verme, empezó a decirme cosas obscenas y yo me asusté y salí corriendo. Aquello me aterrorizó y durante días tuve pesadillas al respecto, pero jamás conté aquello en casa. Me sentía culpable. Creía que había sido mi culpa por haber regresado a casa por un camino menos transitado del habitual, por haberme fijado en aquel coche, por llevar la falda del uniforme por encima de la rodilla... Creía que si se lo contaba a mis padres me regañarían. Tenía doce años y me creía culpable de que un pervertido de cuarenta me hubiera acosado.

Con dieciocho años, el primer año de Universidad, empecé a recibir correos electrónicos inquietantes. Un tipo anónimo aseguraba estar "enamorado de mí" y me facilitaba detalles tan inquietantes como mi dirección o el lugar donde había pasado la tarde anterior. Aquello me asustó y lo hablé con algunos amigos. Tenía miedo y quería denunciarlo o, yo qué sé, zanjarlo de algún modo. Me dijeron que era normal, que era una chica guapa en una carrera mayoritariamente masculina y que debía tomármelo como un halago. Cambié mi dirección de correo electrónico, empecé a modificar algunas rutinas y vivía permanentemente pendiente de mis pasos. Afortunadamente aquello pareció calmar las aguas y el "admirador" anónimo no volvió a dar señales de vida.

Hace un año empecé a vivir sola. Una de las primeras cosas que hice fue cambiar el nombre del buzón. Cuando mi padre lo vio me dijo que lo quitara, que pusiera su nombre también o me inventara un nombre masculino para acompañarme, que era demasiado peligroso que mostrara tan abiertamente que vivía sola. Finalmente puse mi inicial y mis apellidos.

Soy mujer, tengo 29 años y he sido educada para tener miedo. No por mis padres, no por mis profesores, no por mis familiares y amigos... he sido educada para tener miedo por la sociedad. Una sociedad que recomienda a las mujeres que lleven un silbato encima para protegerse ante agresiones sexuales. Una sociedad que interpreta el acoso como un halago, que se ofende por una teta pero retransmite en streaming una decapitación, una sociedad que criminaliza a las víctimas de agresiones sexuales, que deja libres a los agresores y hasta los aplaude.

Hace poco una amiga embarazada me dijo, al saber que su futuro bebé sería un niño, que se alegraba porque así todo sería más sencillo para él, más seguro. Eso me inquietó. Nos han enseñado que ser mujer es peligroso, complicado, dificultoso. Nos han enseñado que las mujeres deben protegerse de los hombres, ser prudentes, ser discretas, ser cautelosas. Que si vestimos demasiado provocativas los hombres podrían malinterpretarnos y entonces la culpa sería nuestra, de nadie más.

Una violación es una agresión física y mental. Física porque tu cuerpo es forzado, golpeado y vejado. Mental porque te hace sentir indefensa, vulnerable y humillada, pero también porque después de la agresión viene el juicio. Legal y moral. De aquellos que piensan que algo habrás hecho para merecerlo y de aquellos que te piden que relates una y otra vez los hechos, que no te contradigas, que no olvides un detalle. De aquellos que esperan que una mujer cuya vida ha quedado marcada para siempre exponga los hechos que han causado dicho trauma de manera lógica y ordenada. De aquellos para quienes siempre serás "aquella chica a la que violaron", tu propio estigma, tu letra escarlata. Y aún nos sorprende que las mujeres no denuncien, que tengan miedo, que no se atrevan.

Educamos para que la víctima tenga miedo, pero legislamos para que el agresor no tema. Educamos a las mujeres para que se protejan, para que se oculten, para que se callen... pero no educamos a los hombres para que las respeten, para que las traten como iguales, para que entiendan que su cuerpo es suyo. Educamos para que las mujeres antepongan su seguridad a su libertad mientras por ley protegemos la libertad de los agresores y, mientras eso no cambie, nada lo hará y ser mujer seguirá siendo siempre un poco más inseguro que ser hombre, menos libre, más difícil.




Cáscaras


Verte y no encontrarte. No estás ya ahí donde estabas. No estoy yo tampoco. Ya no te reflejo. Nos atravesamos. Las miradas. Los gestos. Se me caen las ganas al suelo de este paso de peatones que trazamos en la frontera. Aunque ya no haya países, ni tratados internacionales. Aunque desde hace demasiado seamos tan sólo dos extranjeros en tierra extraña. Que perdí mi pasaporte y aún sigo buscando la forma de volver a casa. De querer volver a casa. Porque a veces me siento más a salvo hablando en otro idoma que en el mío. Supongo que perdí eso, las raíces. La necesidad de pertenecer. Y, aunque al principio aún recordaba cómo se sentía mi tierra natal bajo mis pies descalzos, terminé por olvidarlo. Calculo que en estos cuarenta centímetros hay dos hemisferios de distancia. Tan lejos como estabas cuando estabas tan cerca. Qué frío pasé en esa latitud ajena. Casi tanto como hace un rato. Pero yo ya he aprendido a descongelarme. A evaporarme incluso. Y es raro encontrarte con nada donde solías tener todo. Hueco, como una cáscara de nuez. Como si nunca hubiera contenido nada. Tal vez fue así. Se congela este segundo con este frío nuestro. Si golpeara este preciso instante estallaríamos en mil pedazos. Más pedazos de mis pedazos. Pero paso de largo. Nada, no hay nada. Cáscaras vacías bajo un banco. Los que estuvieron allí sentados, riendo, hace tiempo que se fueron. No queda nada tras las risas. Desconocernos, quizás, si tan sólo nos conociéramos... pero no a ti, no a mi, ya no. Quizás en otro tiempo hubo otros que sí lo hicieron. De ellos, cáscaras. Y una frontera de cebra en la que a veces me detengo un segundo para decir adiós con un gesto desganado.

Diez libros


El otro día leí que alguien opinaba que uno de los libros de esta lista estaba sobrevalorado. La verdad es que dudo que se pueda sobrevalorar un libro. Los libros no son por sí mismos, los libros son con la persona que los lee, una simbiosis. Siempre he dicho que los libros que gustan a todo el mundo son mediocres. Los libros buenos de verdad, los que realmente merecen la pena tienen que removerte por dentro. O te apasionan o los odias, pero jamás te dejan indiferente. Porque, ¿qué incluirías en una lista de únicamente diez libros? ¿La última novela que te gustó? ¿Ese libro que aparece en el número 1 en las listas de las 100 mejores novelas? ¿Un best seller? Yo en mi lista pondría los diez libros que han supuesto algo en mi vida. Los que me obsesionaron, los que me apasionaron, los que me hicieron interesarme por algo que jamás me había interesado antes, los que me revolvieron el alma, los que me abrieron los ojos... y, por qué no, los que detesté. Porque los libros son como las personas: vas a encontrarte con muchos a lo largo de tu vida, pero sólo unos pocos te dejarán huella.


Rebelión en la granja de George Orwell

Porque aunque esté completamente obsesionada con 1984 y las novelas distópicas, esta fue la primera novela de Orwell que leí. La primera versión que llegó a mis manos era un cómic para niños. Recuerdo perfectamente que se lo enseñé a mi padre y me dijo que algún día reelería aquel libro y me parecería otro completamente distinto. Por supuesto, no entendí que quería decir. Después de aquel cuentecito ilustrado vinieron los dibujos animados y tiempo después me hice con el libro. No me gustó absolutamente nada. Pero un día aquel libro volvió a aparecer y yo decidí volver a leerlo. Y entendí por fin lo que mi padre me había querido decir años antes. Después de aquello quise leer 1984, que por aquel entonces gozaba de cierta popularidad gracias a cierto programa de televisión recién estrenado que utilizaba sus ideas, y aquella novela sí que la entendí a la primera.

Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros.


El principito de Antoine de Saint-Exupéry

Porque, aunque leí esta historia siendo una niña, no lo comprendí hasta que me hice adulta. Recuerdo que era un libro viejo, usado y desgastado que había encontrado en casa de mi tía y que había cogido atraída por el dibujo de la portada. Lo leí, como leía todo lo que caía en mis manos, pero no le otorgué mayor importancia. Años más tarde volví a encontrarme con él y decidí releerlo. No sé cómo explicar lo que sentí. Fue como si, después de pasar durante años por un mismo lugar, uno descubriera de pronto que allí se oculta un tesoro. La historia era la misma, la lectora también, pero la lectura había cambiado. No en vano, el mismo Saint-Exupéry aclara que es un libro para niños, para los niños que fuimos los adultos que somos. Quizás sea que necesitamos perder la inocencia para poder verla.
A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: '¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?' Pero en cambio preguntan: '¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?' Solamente con estos detalles creen conocerle.

El guardián entre el centeno de J.D. Salinger

Porque si tuviera que quedarme con un único personaje, sería Holden Caulfield, aunque sólo sea porque a veces tiendo a sentirme como si deambulara sin rumbo por Manhattan y no supiera explicar dónde van a parar los patos cuando el lago se congela. Porque es un libro que sin contar nada lo dice todo: lo que dejamos de ser y lo que empezamos a tener que ser, lo que perdemos, lo que echamos de menos, lo que anhelamos... Porque Salinger habla de búsqueda y de nostalgia, de miedo y de soledad. De saberse desubicado y sentir la necesidad de ubicarse. De pérdida, sobre todo habla de pérdida. Porque todos nos hemos perdido alguna vez, porque todos hemos perdido alguna vez.
Hay cosas que no deberían cambiar, cosas que uno debería poder meter en una de esas vitrinas de cristal y dejarlas allí tranquilas.

Cancionero y romancero de ausencias de Miguel Hernández

Porque nunca agradeceré lo suficiente el haber tenido un profesor de literatura enamorado de la poesía de Miguel Hernández, Antonio Machado, Lorca, Luis Cernuda, Pedro Salinas... Recuerdo que estuve meses sin querer leer otra cosa, que mis paredes se llenaron de poesía y que devoraba los poemarios que sacaba de la biblioteca. Podría haber mencionado el Romancero gitano, Soledades o Donde habite el olvido, pero me quedo con Miguel Hernández, aunque sólo sea por esta estrofa.
Alrededor de tu piel
ato y desato la mía.
Un mediodía de miel
rezumas: un mediodía.



El país de las últimas cosas de Paul Auster

Porque nunca antes un libro me había anudado la garganta de esa manera. Como si me retorciera las entrañas. Creo que fue la primera vez que necesité dejar pasar un tiempo antes de poder plantearme empezar otro libro. No en vano, es uno de los pocos libros que he intentado releer y no he podido hacerlo. No por falta de ganas, es más bien esa sensación de no poder superar la vez primera, de que una segunda sólo enturbiaría esa lectura en lugar de enriquecerla.

 Tu mente parece negarse a formar las palabras, no puedes forzarte a pronunciarlas, ya que aquello que tienes delante no es algo que puedas separar fácilmente de ti mismo. Esto es lo que quiero decir cuando hablo de aquello que te hiere; no puedes simplemente mirar porque, en cierto modo, cada cosa te pertenece, forma parte de la historia que se desarrolla en tu interior. Supongo que debe ser bueno endurecerse hasta tal punto que nada pueda afectarte nunca más; pero entonces te quedarías solo, tan absolutamente al margen de los demás que la vida se volvería imposible. Aquí hay algunos que logran hacerlo, que encuentran el coraje para convertirse en monstruos; pero te sorprenderá saber qué pocos son. O, para decirlo de otra manera, todos hemos terminado por convertirnos en monstruos pero no hay prácticamente nadie que no guarde en su interior algún vestigio de lo que solía ser la vida.

Los renglones torcidos de Dios de Torcuato Luca de Tena

Porque la primera vez que leí este libro sentí que entendía a Alice y después de leerlo quise saber más. Sobre la mente humana y sobre esos renglones torcidos. Leí muchísimos libros de psicología y descubrí cosas de las que jamás había oído hablar antes. Porque creo que esta es una de las mejores reflexiones que he leído jamás en un libro. Y porque, a día de hoy, sigo sin saber diferenciar entre cuerdos y locos. 
 -El hombre es el único animal que se crea necesidades que nada tienen que ver con la subsistencia del individuo y con la reproducción de la especie. No le basta comer alimentarse, sino que condimenta los alimentos, de modo que añaden placer a la satisfacción de su necesidad. No le basta vestirse para abrigarse, sino que añade, a esta función tan elemental, la exigencia de confeccionar su ropa con determinadas formas y colores. No se contenta con cobijarse, sino que construye edificios con líneas armoniosas y caprichosas que exceden de su necesidad: lo cual no ocurre con la guarida del zorro, la madriguera del conejo o el nido de la cigüeña. ¿Hay algo más inútil que la corbata que lleva usted puesta? ¿De qué le sirve al estómago una salsa cumberland o un chateaubriand a la Périgord? ¿Qué añade al cobijo del hombre el friso de una escayola o las orlas en forma de signos de interrogación de los hierros que sostienen el pasamano de una escalera? Pues bien: todo eso que está inútilmente añadido a la pura necesidad... ¡ya es arte!

Ensayo sobre la ceguera de José Saramago

Porque me apasionó de principio a fin, todo lo que cuenta y lo que calla. Porque después de leer este libro seguí con Las intermitencias de la muerte, El hombre duplicado, Todos los nombres... y durante meses no quise ni pude leer nada que no hubiera sido escrito por Saramago, llegando incluso a sentir que me sobraban signos de puntuación cada vez que escribía. 
Las respuestas no llegan siempre cuando uno las necesita, a veces ocurre que quedarse esperando es la única respuesta posible.

Cien años de soledad de Gabriel García Márquez

Porque es imposible no soñar con Macondo y con los Buendía, con ese universo que el realismo mágico de García Márquez crea. Porque después de leer este libro quise conocer toda la obra de García Márquez y estuve durante meses obsesionada con la literatura latinoamericana en general y el realismo mágico en particular.
En cualquier lugar que estuvieran, recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.


La soledad de los números primos de Paolo Giordano

Porque después de pasar media vida teniendo que elegir constantemente entre ciencias y letras, como si me encontrara en el medio de dos mundos opuestos y no pudiera existir en ambos al mismo tiempo, llegó Mattia y me hizo entender que tal vez no era cuestión de dividir, sino de integrar...
Los números primos sólo son exactamente divisibles por 1 y por sí mismos. Ocupan su sitio en la infinita serie de los números naturales y están, como todos los demás, emparedados entre otros dos números, aunque ellos más separados entre sí. Son números solitarios, sospechosos, y por eso encantaban a Mattia, que unas veces pensaba que en esa serie figuraban por error, como perlas ensartadas en un collar, y otras veces que también ellos querrían ser como los demás, números normales y corrientes, y que por alguna razón no podían. Esto último lo pensaba sobre todo por la noche, en ese estado previo al sueño en que la mente produce mil imágenes caóticas y es demasiado débil para engañarse a sí misma.

Moby Dick de Herman Melville

Porque lo detesté desde el primer momento. Me habían impuesto lecturas antes (El Quijote, La Celestina, El lazarillo de Tormes...) y había terminado por encontrar la manera de disfrutarlas todas. Había conseguido ser disciplinada y leer todas aquellas obras con constancia aunque con desgana, incluso había terminado por disfrutar de algún modo con su lectura. Hasta que llegaron el capitán Ahab y el Pequod. Fue el primer libro que no pude terminar, uno de los pocos. Lo dejé a pocos capítulos del final y ni siquiera me preocupó saber cómo acababa la historia de Ishmael. Curiosamente, ser el primer libro que me produjo un sentimiento de rechazo tan fuerte es lo que le sitúa en esta lista.
No está en ningún mapa. Los lugares verdaderos nunca lo están.




*Un saludo para Rosa, que me cuentan por email que es lectora habitual del blog :)