Obsolescentes



Vivimos en una sociedad perecedera en la que todo se agota. Todo se acaba, todo se consume. Nada es para siempre. Perdimos los infinitos y nos quedamos con lo volátil. Con lo efímero.Como si sólo rozáramos la superficie de lo que nos rodea. Vamos arañando las cáscaras y dejando a oscuras lo que recubren. Nos vamos convirtiendo en cosas. Objetos de consumo de venta en las grandes superficies. Somos una pieza más del catálogo. Todo en nuestra vida es un catálogo, una página de papel satinado con un nombre escrito en sueco y una cifra. Todo es cuantificable, clasificable, cosificable. No hay nada en el interior. No queremos que haya nada en el interior porque sabemos que todo es pasajero. Y, en el fondo, no queremos perder.

Queremos definiciones exactas. Adjetivos calificativos. Queremos cifras, coordenadas, datos. Buscamos la objetividad porque lo subjetivo nos asusta. Porque lo subjetivo nos contiene, nos exprime. En lo subjetivo entra nuestra interacción con el medio. Lo subjetivo nos implica. Y no queremos implicarnos. Vivimos de puntillas, paseando por el borde del precipicio sin atrevernos a saltar. Los precipicios asustan porque son profundos, inesperados, oscuros. Escapan a nuestro control.

Todo es reemplazable. Un nuevo modelo, una versión actualizada. Más rápido, más caro, más bonito, mejor. Nada importa lo suficiente como para no ser sustituido. No creamos vínculos con lo que los objetos son, sino con lo que simbolizan. Con el estatus que nos otorgan, con lo que dicen de nosotros. No nos involucramos. Todo es desechable, intercambiable, sustituible. Lo que importa es tener siempre la última versión de nosotros mismos. Del producto en que nos hemos convertido.

Vamos deprisa. Las cáscaras de hoy serán la basura del mañana. La sacaremos en bolsas de plástico azul y después será como si nunca hubiera pasado. Como si mis uñas nunca hubieran rozado su áspera superficie. De manera asfixiante, casi claustrofóbica. Con los talones intactos, impávidos. Sintiéndonos seguros en nuestra vida de plástico. En nuestro catálago de esquinas dobladas, que es idéntico a otros tantos. Y eso nos reconforta, de algún modo. El sabernos reemplazables. El saber que cuando seamos obsolescentes habrá otro que nos sustituya. Más rápido, más caro, más bonito. Mejor.



No hay comentarios: