Estamos
adoctrinados, aunque nos pese. Nos hemos acomodado a esta sociedad
acelerada, acostumbrándonos a consumir la información envasada al vacío
que nos ofrecen los medios de comunicación y los tertulianos más
televisivos. Información a la medida de una sociedad de consumo que
necesita productos de rápida asimilación. Ideas precocinadas, ideologías
prefabricadas, de asimilación rápida.
Nos
convertimos, sin saberlo, en marionetas de ese teatro de títeres que
manejan siempre manos ajenas. Nos alienan, nos radicalizan, nos
convencen. Implantan sus ideas en las nuestras a base de portadas, de
argumentarios, de sentencias. Mentiras repetidas hasta la saciedad que
terminan por convertirse en verdades. Verdades tan mutiladas que apenas
conservan un hilo de su esencia.
La
información queda oculta tras una avalancha de desinformación que nos
desborda, que nos deja en los titulares de una realidad incierta.
Bocados rápidos de digestión inmediata, para una conversación de
ascensor o un café rápido. Un tuit, un estado de facebook. Ni siquiera
necesitamos escribir: basta con pulsar un botón para compartir esa bomba
desinformativa que ni siquiera hemos leído. Y da igual, porque nadie va
a leer más. No tenemos tiempo, ni curiosidad, ni ganas de estar
buscando una verdad que, hoy día, parece más cara que la honradez.
Ya lo decía Esperanza Aguirre en su campaña para las polémicas elecciones del pasado domingo: ¿para qué elaborar un programa electoral que nadie va a leer? La condesa conoce bien a su público. Sabe que sus votantes van con la papeleta en una mano y el miedo en la otra. Que no votan porque ella sea la mejor opción, votan porque los otros son peores: bolivarianos, etarras, antidemócratas, antisistema, violentos… A los votantes de Aguirre poco les importa su programa electoral: lo único que quieren es a los perroflautas fuera del gobierno de la capital. Han leído en el ABC o en La Razón que su candidata, esa jueza a la que nadie conoce, quiere liberar presos etarras o que pretenden convertir España en Venezuela. Si su lideresa dice que llueve, ellos sacan el paraguas sin tan siquiera asomarse a la ventana. ¿Para qué? Ya se encargan otros de pensar por ellos.