Nosotros, de Yevgueni Zamiatin


Hay libros que se vuelven especiales para uno desde la primera lectura. Son esos libros de los que hablamos con pasión, esos libros de los que parece que nos ofende que se hable mal, que no comprendemos que puedan no gustar, libros con los que nos identificamos casi sin darnos cuenta. Libros que pasan a formar parte de nuestra vida. Cuyos fragmentos memorizamos. Cuyos personajes se vuelven amigos. Esos libros cuyos autores nos hubiera gustado conocer. Mi libro, no tengo duda, es "Nosotros" de Yevgueni Zamiatin.

Lo supe desde la primera lectura. La historia de D-503, un ingeniero obsesionado con la raíz cuadrada de menos uno en la sociedad distópica del Estado Único, parecía haber sido escrita para mí.
Yo, el número D-503, el constructor del Integral, soy tan sólo uno de los muchos matemáticos del Estado único. Mi pluma, habituada a los números, no es capaz de crear una melodía de asonancias y ritmos. Solamente puedo reproducir lo que veo, lo que pienso y, decirlo más exactamente, lo que pensamos NOSOTROS, ésta es la palabra acertada, la palabra adecuada, y por esta razón quiero que mis anotaciones lleven por título NOSOTROS.
Así se presenta D-503, un matemático, un número más en ese Estado Único. En esta corta introducción Zamiatin establece la que será la base de su historia: el individuo frente al colectivo.  El yo contra el nosotros

Nosotros es una historia de matemáticas y de sentimientos. Es la historia de la raíz cuadrada de menos uno. Del número real enamorado del imaginario. Es una historia sobre la identidad, lo que somos frente a lo que debemos ser, lo que se espera de nosotros, lo que se nos obliga a ser. Es una historia de sumisión, de conformismo, de racionalidad. Y de cómo la tendencia natural del hombre hacia la irracionalidad, como sus sentimientos, terminan por romper con todo ello.
A toda ecuación, a cada figura geométrica, corresponde una línea curva o un cuerpo. Para las fórmulas irracionales, la raíz cuadrada de -1, no conocemos ningún cuerpo proporcional, puesto que no lo podemos ver...
 Al principio de la historia, D-503 es un número racional. Se define por la segunda persona del plural. Se engloba dentro del conjunto de los números reales. Es uno más. Cumple con el Estado Único. Con la Tabla de Leyes. Con los billetes rosas. Con O... Es un ingeniero del Estado Único, un ingeniero que habla con autoridad de unas matemáticas incompletas, de unas matemáticas sesgadas, limitadas por el omnipresente poder de un Estado que no le permite ver más allá del conjunto de números racionales. Que no le permite entender que la raíz cuadrada de menos uno es un número irracional porque, en lo limitado de su existencia, los números irracionales no existen. Es por ello que lo tacha de imaginario, porque en su ignorancia, lo que no puede ver no existe.
¿Cómo es posible que O y yo hayamos podido convivir durante tres largos años en plena armonía..., y ahora sólo sea suficiente una sola palabra acerca de la otra... acerca de I?... ¿Es que existen realmente todas estas sandeces del amor y de los celos en forma tan realista como la de los libros de nuestros antepasados?¿Y esto ha de sucederme a mí precisamente? ¿Precisamente a mí? Pero si sólo estoy constituido por igualdades, ecuaciones, fórmulas y cifras... Y ahora, de repente, me ocurre esto.
 Hasta que aparece I-330, la raíz cuadrada de menos uno. El número femenino que hará que todo lo que ha conocido hasta entonces D-503 deje de tener sentido. La mujer que le sacará del conjunto de los números reales para llevarle al de los números irracionales. I-330 es el detonador que hará saltar por los aires la realidad de D-503. El amor y el miedo, a partes iguales. Algo tan irracional como un sentimiento.
Por eso la amas. Le temes porque es más fuerte que tú, la odias porque le temes. La amas porque no puedes dominarla. Puesto que solamente cabe amar lo indomable.
Y es precisamente ese sentimiento el que devuelve su "yo". El individuo se separa del grupo, toma consciencia de su propia existencia. Ya no pertenece a ese nosotros del Estado Único porque su mundo ha cambiado. Su parte irracional ha aparecido y le ha hecho querer ser libre, independiente. Le ha liberado...
«Antes no había pertenecido a nadie», es lo que se me ocurre pensar; pero ahora ya no vivo en nuestro mundo racional, sino en el viejo, fantástico... En el de la raíz de -1...
¿Cómo puede el Estado Único recuperar a esa oveja que se aleja del rebaño? Con matemáticas, por supuesto. O, como años más tarde explicaría Orwell en "1984", no basta con el arrepentimiento, el objetivo es lograr la sumisión total del individuo, conseguir que el propio traidor acoja libre y voluntariamente el dominio del Gran Hermano. No muere el cuerpo, muere el individuo. Muere el amor. Sólo la renuncia absoluta puede devolver el yo al nosotros. En el caso de D-503, esta renuncia es llevada al plano físico mediante la extirpación de la fantasía.  De la irrealidad. De ese alma que se le había formado. Una muerte literal, tangible, real.
Cuando se quiere determinar la importancia real de una función, hay que llegar hasta su valor y resistencia límite; esto es absolutamente evidente. De modo que mi ridículo «disolverse en el cosmos» del que hablé ayer no es otra cosa, cuando se le quiere captar en una línea, que la muerte. Pues la muerte es la disolución total del yo en el cosmos. De ello se deduce: si el amor es designado con la letra L, la muerte con T, entonces L = f (T), lo cual significa que el amor es una función de la muerte...
Eliminar el individuo del sujeto. Dejar del humano una cáscara vacía, desprovista de sentimientos. Porque en el Estado Único de Nosotros, un estado matemático y científico, no hay cabida para las emociones. No hay sitio para la irracionalidad. En el Estado Único no existe nada que no se pueda ver. Y esa es precisamente su flaqueza.

Nosotros es una distopía pura, una pequeña joya que ha pasado desapercibida por la terrible censura a la que la URSS la sometió. Sin duda, supieron entender bien la feroz crítica que escondía esta sencilla novela.  Este libro es la semilla de la que más tarde germinaría la maravillosa "1984" de George Orwell (y sospecho que también "Un mundo feliz" de Aldous Huxley, aunque él siempre lo negara).

Elementos recurrentes en toda distopía, como la pérdida absoluta de la privacidad, encuentran su origen aquí. ¿No es, acaso, lo que Zamiatin propone una sociedad que renuncia voluntariamente a su privacidad a cambio de seguridad? No es algo que se aleje en exceso de nuestra propia realidad.
Habitamos siempre en nuestras casas transparentes que parecen tejidas de aire, eternamente circundadas de luz. Nada tenemos que ocultar el uno al otro y, además, esta forma de vivir facilita la labor fatigosa e importante del Protector.
El control de la sexualidad. El Estado Único ha convertido el sexo en matemáticas. Es una idea que prácticamente copiaría Orwell años más tarde. Ante la imposibilidad de eliminar el sexo, se racionaliza. Se controla y entrega perfectamente estructurado a sus consumidores finales. El sexo se convierte en un medio para anular el amor, la pasión, el deseo. Sentimientos peligrosos como se observa claramente en esta historia, ya que impulsan al individuo a abandonar el conjunto en el que se encuentra sometido.
De modo que ya no existe ninguna base para la envidia, pues el denominador de la fracción de la felicidad está reducido a cero, mientras la fracción se torna en infinita. Lo que en nuestros antepasados era motivo y fuente de incontables e injustificadas tragedias, lo hemos transformado en una función agradablemente placentera y armoniosa.
 Una reflexión interesante que introduce Zamiatin es el miedo a la muerte. El reductio ad finem, todo se reduce al final. A la consciencia que el ser humano tiene sobre su propio final, la muerte. A esa necesidad que tenemos las personas de buscar una explicación, una razón, un motivo. Un algo, aunque sea ese cielo de juguete, porque es más sencillo creer en eso que en la nada. Me resulta llamativo que la muerte es algo que se tiende a normalizar en todas las sociedades distópicas. En la sociedad aparentemente utópica de Huxley la muerte se ha convertido en una parte más de esa cadena de montaje que crea seres humanos. Para Orwell no es algo que temer, lo verdaderamente preocupante es la vaporización, que es la negación misma de la existencia. Morir es mejor que no haber existido, que ser borrado de tu propia vida.

Existen ideas que parecen un recipiente de barro y otras que se diría que están hechas para la eternidad, de oro o de un cristal extraordinariamente precioso. Para determinar el material de una idea, solamente hace falta rociarla con un determinado ácido de efecto fulminante. Uno de estos ácidos ya era conocido por nuestros antepasados, el reductio ad finem. Creo que así lo llamaban entonces; pero temían este veneno, pues preferían ver algo palpable, fuese lo que fuese; preferían un cielo de juguete a la nada azul. Nosotros, en cambio, gracias al Protector, somos unos seres adultos y maduros que no necesitamos juguetes.
La colectividad como tema recurrente. Los uniformes de "1984", las castas de "Un mundo feliz", los niveles de "Espejismo"... en toda sociedades distópicas se busca englobar al individuo en un grupo, en un colectivo. La sensación de pertenencia a un todo es el pegamento que mantiene unidos a los eslabones más débiles. No es, en vano, el pilar sobre el que se asientan las sectas. Como bien explica Zamiatin, sentirse como la millonésima parte de una tonelada siempre tiene maayor magnitud que saber que eres un gramo. El todo siempre es más que la suma de sus partes.

Imaginémonos dos balanzas, una de las cuales contiene un gramo y la otra una tonelada; es como si en una estuviera el «yo» y en la otra el «nosotros» del Estado único. Consentir al «yo» cualquier derecho frente al Estado único sería lo mismo que mantener el criterio de que un gramo pueda equivaler a una tonelada. De ello se llega a la siguiente conclusión: la tonelada tiene derechos, y el gramo deberes, y el único camino natural de la nada a la magnitud es: olvidar que sólo eres un gramo y sentirte como una millonésima parte de la tonelada.
No falta, por supuesto, algo que siempre se incluye en todas las distopías: la organización política, pese a ser un totalitarismo evidente, se presenta como una libre elección de los ciudadanos o, en última instancia, como la salvación o alternativa única a un problema aún mayor, como es el caso de "1984". Nada que no nos pueda sonar familiar hoy día, me temo. 
El día de la Unanimidad nada tiene que ver, naturalmente, con aquellas elecciones desordenadas y desorganizadas de nuestros antepasados, cuyos resultados no se conocían de antemano. Nada hay más descabellado que fundar un estado sobre la base de una ciega casualidad.
Por último, aunque no menos importante, está la revolución. En toda distopía se presenta como la opción no deseable, pero no por ello inevitable. Toda sociedad distópica sabe que la revolución es solo una cuestión de tiempo, por eso se emplean en educar a sus ciudadanos en el miedo. Temer algo es la manera más fácil de posponerlo, aunque no de evitarlo. Como bien matiza I en este fragmento, no existe una última revolución. Las revoluciones son cíclicas, como la misma Historia. Todo tiende a repetirse.

- Eso es una locura. ¿Es que no te das cuenta de que lo que proyectas es una revolución?
- Sí, una revolución..., pero ¿por qué ha de ser una locura?
- Porque nuestra revolución fue la última de todas, ya no puede haber una nueva revolución. Esto lo sabe todo el mundo.
I enarcó burlonamente las cejas.
- Mi querido amigo, eres un matemático, y aun más, eres un filósofo. Por favor, mencióname la última cifra.
- ¿Qué quieres decir con esto?... no comprendo... ¿La última cifra?
- Sí, la última, la más elevada, la mayor de todas las magnitudes.
- Pero, I, ¿no te das cuenta de que todo esto no son más que tonterías? ¿No ves que la sucesión de números es infinita? Así, ¿qué clase de cifra quieres?
- ¿Y cuál es la última revolución que tú dices? No existe ninguna revolución final o última, como quieras llamarla, pues la cifra de las revoluciones es también infinita.


Y ahora, por supuesto, las opiniones de mis #Nosotronianos. Esa pequeña legión de lectores de Nosotros que he ido reuniendo a través de Twitter con el fin de hacer justicia a este gran título, que ha pasado injustamente inadvertido y que merece regresar al pódium distópico al que pertenece por derecho.

Podéis leer la reseña de @314dreams aquí, no os la perdáis porque es una reseña fabulosa. Rescato su conclusión final:
Personalmente veo reflejado en la sociedad de Nosotros la idea de Estado Utópico que pretendían los rusos con su revolución. La idea de perder la libertad personal, de dejarla a manos de alguien superior que maneje los tejidos de la sociedad para alcanzar una felicidad y un bien común, no es algo nuevo, ni algo que se haya perdido con los años. La idea sigue ahí, (juegan con ella incluso en la última película de El capitán América: El soldado de Invierno), y tengo la sensación de que estamos a un pequeño paso del abismo.

Esto es lo que opina @hutxu. Os copio un fragmento del email que me envió cuando pedí opiniones sobre la novela porque me parece magnífica la lectura que saca de la novela. Muy interesante.
La novela en sí es extraordinariamente actual pese a tener casi un siglo, maneja conceptos y situaciones nada antiguos, o quizá, son formas de control social arraigadas a nuestra condición, el caso es que todas las situaciones que nos describe el autor son aterradoramente familiares y más cercanas de lo que que sería deseable. No he podido evitar estar constantemente comparando Nosotros con 1984, tanto en los conceptos, como en las motivaciones de los personajes, es muy clara su influencia, el detonante de la conciencia es la aparición de una mujer, comienza saliendose de la rutina de las normas movido por la pasión y el deseo, pero una vez se resquebraja ese muro, por el entra algo más, se abren los ojos a una nueva realidad donde ya no valen las premisas y las mentiras del Estado Único, le crece un alma, el Yo va tomando conciencia y se apodera del Nosotros... entonces ya nada puede ser igual, se nos muestra lo dolorosa que es la libertad y la eterna tentación de aferrarnos a la comodidad y la seguridad que nos proporcionan las reglas, que piensen por nosotros, ser piezas de una maquinaria y no individuos, algo así debieron sentir muchos esclavos en el sur de Norteamérica cuando fueron liberados, un total desconcierto y mucho miedo. Así pues y como conclusión, pese a ser una distopía, quizá no pertenezca totalmente a la ficción, pues el miedo, la comodidad y la sumisión están siempre presente en nuestras vidas y la tentación a permanecer al calor del rebaño es tan antigua como el hombre.

Si alguien más ha leído la novela y quiere compartir sus impresiones, podéis enviarme comentarios por mail o por el blog, como siempre.

Lo que soy


Llevo escribiendo desde que aprendí a hacerlo. No, en serio, no recuerdo ni un sólo día de mi vida en el que no tuviera en la cabeza una historia o una idea sobre la que quisiera escribir. Recuerdo que desde pequeña he guardado carpetas llenas de folios con relatos en casa. Después fueron carpetas en el ordenador. Al principio me daba vergüenza escribir y las escondía. Nadie sabía lo que hacía, ni siquiera mis padres. Un día participé en un concurso del colegio y lo gané. Eso me animó y pensé que quizás no lo hiciera tan mal. Más tarde llegó Internet y su anonimato hizo que me decidiera a abrir un blog. Gracias a aquello conocí a otras personas como yo, que escribían más por necesidad que otra cosa. Estuve mucho tiempo oculta bajo un pseudónimo hasta que me cansé y decidí que ya era hora de usar mi verdadero nombre. Empecé a compartir mi afición con la gente de mi entorno. Me presenté a algún concurso, publicaron mi nombre en alguna revista tras haberlos ganado. Llegué a salir hasta en la radio. Fui perdiendo el miedo. Fui aceptando que yo escribo porque es lo que soy, porque es lo que sé hacer y lo que me gusta hacer. Aunque, sinceramente, nunca he pensado que fuera a vivir de ello. Yo tengo mi profesión y, aunque me encantaría vivir de lo que me apasiona, tampoco podría dejar de hacerlo. No es una afición más, es una necesidad. Como respirar, como comer.

Hace unos meses una profesora de una escuela de Nueva York  se puso en contacto conmigo: quería que escribiera historias para sus alumnos. ¿La idea? Acercar la historia y la cultura de nuestro país a los estudiantes a través de nuestro idioma. Me apasionó desde el primer instante y empecé de inmediato una colaboración que a día de hoy lleva más de 50 relatos. Este otoño, durante mi viaje  tuve la oportunidad de realizar una visita en persona a la escuela, donde pude conocer a los chicos y charlar con ellos sobre mi trabajo. No hay palabras para describir lo que supuso para mí ese momento. Ser consciente de lo que influía en ellos lo que yo había escrito, la manera en que habían aprendido gracias a mis cuentos. Cuando un mes más tarde recibí los relatos que ellos mismos habían escrito basándose en mis historias no pude quitarme la sonrisa de la cara en todo el día. Hoy me encuentro mis historias publicadas (en ebook, vale) y muero de emoción. No os hacéis a la idea de lo que supone para mí esto. No sólo estoy escribiendo, estoy enseñando...y es la sensación más maravillosa del mundo. 




Intangible



Tienen los futuros esa forma acuosa, resbaladiza de escurrirse entre los dedos. Están ahí, como atrapados, como encerrados en la cuenca que has formado entre tus manos hasta que de repente un mal movimiento o un golpe los vierte sobre el suelo. Y entonces te quedas con las manos mojadas y vacías. Frías aún, húmedas, pero sin nada. Y te tocas con la punta de los dedos la palma tratando de palpar la pérdida. Porque te cuesta entender que, en realidad, no se puede perder lo que nunca se ha tenido. Se pierde la idea o el sueño. Se pierden las ganas o las ilusiones. Pero el futuro tiene esa forma a medio construir, de serlo todo sin ser nada. Se tambalea cuando no estamos mirando y se hace intangible a poquitos. Lo que tienen los futuros es que no existen. Quieren, pero no son. Lo intentan pero a veces no pueden. A veces, simplemente, se pintaron más fuertes o más grandes de lo que en realidad serían jamás. Y, aún así, no decepcionan porque tienen un secreto: antes de caerse al suelo y partirse en pedacitos ellos ya son presente. El futuro vuelve a estar allí a lo lejos, inalcanzable. Vuelve a mojarte las manos con ilusiones. Y el presente, mientras tanto, se va rompiendo poco a poco ante tus ojos. Y te quedas ahí, con las manos húmedas y el alma resquebrajada, con la mirada perdida en el horizonte, como esperando a que otro futuro llegue hasta ti y esta vez no tropiece, a que esta vez no se quede hecho añicos junto a tus ganas.

Tránsito


Tiene el otoño el color de las hojas que caen al suelo olvidadas. Se pierden entre las pisadas con prisa que hay bajo los paraguas desplegados. Entre las gotas de lluvia que mojan las aceras. En los silencios húmedos de esta estación de paso. Se van enredando en el suelo, coloreando las aceras, dibujando sus contornos sobre el gris de la ciudad. Se van convirtiendo en lecho para los sueños del verano que termina, dejando desnudos a los árboles ante el invierno que llega.  A mitad de camino entre final y principio. Un poco como esas hojas que ya no están, pero que aún son. Como todo lo que perdemos pero no olvidamos, que se queda de algún modo enredado en nuestra historia hasta que una mañana el viento lo despega del suelo y nos deja así, sumidos en el invierno. Desnudos, solitarios, temblando.


Globos

Como si se hubieran desinflado los globos que ayer, repletos de helio, ondeaban en el cielo azul. ¡Qué coloridos eran entonces! ¡Qué vivos! ¡Qué hermosos! Hoy, sin embargo, los mismos de ayer se me antojan marchitos. Y no sé si es cuestión de aire o de mi mirada, que ya no es la misma. Quizás sólo sea que no los alcancé a tiempo, que no pude volar hasta situarme a su altura. ¡Qué apagados ahora, lánguidos, vacíos sobre el suelo! ¡Qué tristes, qué solos! Pero no suelto la cuerda, aún así. La aprieto entre mis dedos como si esperara que volvieran a flotar de nuevo. Como si soltarla implicara perderlos para siempre. Y no quiero, me niego a perder ese brillo que alguna vez tuvieron. Qué tristes los finales, por vencidos que estén. Qué definitivos, qué rotundos. Yo lo que quiero es un principio eterno. De brillantes globos de colores y cielos azules de nubes blancas. Yo lo que quiero es quedarme suspendida en el aire y no pisar jamás el suelo. Cerrar los ojos con fuerza para que esos viejos globos desinflados sigan flotando así en mi memoria, como si nunca nada hubiera cambiado. Como si todo fuera ese instante en el que todo era perfecto.