Mío


Mi cuerpo es mío. Sé que puede parecer una obviedad, pero no lo es. O, al menos, demasiada gente parece haberlo olvidado.

Mi cuerpo es mío, desde la punta de los dedos de mis pies hasta la coronilla. Mío, a lo largo y a lo ancho. Por dentro y por fuera. Mío. De nadie más. Todo, entero, mío.

Mi cuerpo no es del ministro de inJusticia de turno. No, que va. Mi cuerpo es mío. Aunque él proponga leyes que pretenden legislar mi útero. Mi cuerpo sigue siendo mío. Y yo, nadie más que yo, decide qué entra y qué sale de él. Mi ética es la única válida en este territorio. Mis leyes las únicas que lo regulan. Porque mi cuerpo es mío.

Mi cuerpo no es de ningún hombre. Aunque yo lo quiera sacar sin ropa a la calle. Mi cuerpo sigue siendo mío, vestido o desnudo. La presencia o ausencia en mayor o menor medida de vestimenta no da derecho a tocarlo. No es una invitación, es que mi cuerpo es mío y hago con él lo que me da la gana. Y a quién no le gusta que no mire, porque, igual que mi cuerpo es mío, el vuestro es vuestro y podéis hacer con él lo que gustéis. Hasta miraros el ombligo. Pero mi cuerpo es mío.

Mi cuerpo no es de la sociedad. Mi cuerpo no es de las revistas de moda ni de los centros de estética. Mi cuerpo es mío. Si quiero lo engordo y si no, lo pongo a dieta. Si quiero lo depilo y si no, lo dejo estar. Porque mi cuerpo es mío y me tiene que hacer feliz a mí. Lo que los demás piensen de mi cuerpo me es ajeno. Mi cuerpo es mío y lo tengo como yo quiero porque mi cuerpo no es una moda, ni una tendencia. Mi cuerpo es sólo mío. Así, con todo. Con sus virtudes y sus defectos. Mío. Entero. Mío.

Mi cuerpo es mío y vuestro cuerpo es vuestro. No vais a tener otro, así que aprended a quererlo. Sobre todo: aprended a respetarlo. Tomad posesión de ese territorio de carne y huesos que gobernáis porque vuestro cuerpo, digan lo que digan, es vuestro. Y el mío, es mío. Eso que quede bien claro.


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