Puedes irte, pero no hacerte

Si olvidamos el soniquete de la pandereta y retiramos la capa de caspa, nos queda de este país un lema que, como no podía ser de otro modo, patrocina una conocida marca de embutidos: "Puedes irte, pero no hacerte".

El español se puede ir de España, pero España no se va a ir nunca del español. Esa es nuestra cruz, aunque nos pese. O no. Hay quien se hincha de orgullo al decir que es español. Sobre todo si hay balones de por medio.

Pero ser español implica mucho más que hablar a voces, ser efusivos, dormir la siesta o cerrar los bares de madrugada. Ser español también es contemplar como tu Gobierno permite que la factura de la luz suba un 11% porque, en algún momento de la historia, un presidente con complejo de Dios decidió que había cosas que no podían seguir siendo públicas. Sobre todo si esas cosas generaban dinero y, más aún, si esas cosas eran además indispensables. Porque lo privado es más eficiente, aseguraba mientras repartía las empresas que habíamos construido entre todos con sus amiguetes de toda la vida. Lo que se vendió entonces no fue una compañía eléctrica, telefónica o de gas. No se vendió nada. Se compró. Un futuro para él, los suyos e incluso sus enemigos, que años más tarde aprenderían rápidamente a sacar beneficio de todo aquello.

Así de españoles eran. Porque sí, ser español también implica saber reconocer una oportunidad. Y esta lo era: la oportunidad de enriquecerse a costa del contribuyente. ¡Qué castiza es la corrupción! ¡La picaresca! ¡El nepotismo! No se puede negar lo español que es eso de tengo un sobrino que sería perfecto para este puesto. O, a ver si le echas una mano a la empresa de mi yerno. Y, si todo sale mal, siempre nos quedará la Justicia. Porque, no olvidemos,en este país todos somos iguales ante la ley.

Pero, si algo somos los españoles, es envidiosos. Por darnos, nos da envidia hasta el que nos engaña, el que nos roba, el que nos estafa. ¡Yo también lo haría si pudiera! dicen. Y lo harían. Claro que lo harían.

Eso sí, a fieles no nos gana nadie. Aunque yo diría, más bien, sectarios. Cuando un español se decanta por una ideología, no se le saca ni con verdades. El español no ve más allá de sus razones, aunque las acabe de sacar del argumentario de turno. Aunque ni siquiera las comprenda. Sus ideas son inamovibles, como su voto. El voto español es un acto de fe. O de memoria, más bien.

Por eso, tal vez, los españoles no se van: los españoles huyen. De la vergüenza que este país implica. De no sentirse representados por sus instituciones, por su justicia, por sus gobernantes. De verse contínuamente ninguneados, golpeados, abatidos. De sentir cómo les quitan de las manos todo por lo que sus padres lucharon. Los españoles huyen de una España prostituida, vendida, rota. Los españoles salen corriendo de aquí porque a esta España ya no la reconoce ni la madre que la parió. La hemos convertido en una ramera barata en manos de políticos corruptos e incompetentes, tan cenutrios que no son capaces de evitar salpicarse de mierda en su propio charco. Y, aún así, no hacemos nada. Los que no huyen, permanencen. Y todos contemplamos en silencio como nos lo arrebatan todo, hasta el derecho a quejarnos. ¡Qué español eso de quejarse también!

Y quizás, solo por esto, tengan razón los del choped: podemos irnos, pero no hacernos. No puedes nacionalizarte en la dignidad que nos han robado. Así de triste.


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