La chica que coleccionaba palabras


Tenía los ojos grises, la voz firme, los labios cortados. Una sonrisa que, con desgana, forzaba a iluminar todo su rostro. A veces parecía evaporarse. A mitad de una frase o de una mentira, no sé, lo cierto es que desaparecía. Sin más. Sin explicaciones. Y te quedabas con cara de tonto mirando su ausencia hasta que, ¡zas! ahí estaba de nuevo. Con una risa fresca y descarada que te hacía caer de espaldas. Como si acabara de llegar. Como si nunca se hubiera ido.

Era rubia, morena o pelirroja. Según cuando la hubieras conocido, de los rayos de sol que hubiera en ese momento o de lo oscura que fuera la noche. Solía recogerse el cabello sobre la nuca, dejando que mechones del mismo cayeran desordenados sobre su rostro. Distraída los retorcía sobre sí mismos mientras, sentada junto a la ventana, veía las gotas de lluvia caer sobre el cristal. A mí me gustaba observarla entonces, cuando sabía que estaba ahí para quedarse. Aunque solo fuera hasta que dejara de llover.

Coleccionaba palabras. Las capturaba con la cámara de fotos para después colgarlas en las paredes de su cuarto. Frases. Fechas. Nombres. Citas. Promesas de amor. Nunca me atreví a preguntar, pero siempre pensé que, de algún modo, trataba de buscarse a sí misma entre todas aquellas palabras. Pero nunca se encontró. Lo sé porque me lo dijo.

-No consigo encontrarme -me confesó un día.

Y, aunque en ese momento quise decirla que se quedara conmigo, lo cierto es que no dije nada. Me limité a ver como se evaporaba una vez más. Y me quedé mirando mis manos, aún llenas de ella, pero vacías a fin de cuentas. Porque nunca me atreví a decir eso, que aún cuando desaparecía seguía estando conmigo. Que, de algún modo, siempre se encontraba en mí. Pero me callé. Y aquella última vez no regresó.

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