Donde habita el olvido

Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido,
una vez me contó, un amigo común, que la vio donde habita el olvido... 


Y llegó el frío sin ti. Qué raro atravesar la Gran Vía sin tu mano en mi mano. Con las luces iluminando la oscura noche de Madrid. Sola entre la multitud. Buscando en cada pupila ajena un guiño cómplice, una esperanza. Una nota de calor que haga que esta noche sea menos fría. Pero llegó el frío sin ti. Para quedarse. Ahora me toca meter las manos, siempre heladas, en mis bolsillos. Tropezar con cualquiera que no seas tú. No, eso no volverá a pasar. Ahora soy yo. Y el frío. Y las luces de navidad, las de siempre, aunque me parezcan tan distintas ya. Ahora todo es un poco más raro y, sin embargo, no deja de ser lo de siempre. Y la vida sigue y todo es igual aunque sea completamente diferente.

Te dejé en alguna papelera de Chueca, reducido a cenizas. El olvido se vende caro estos días. Y yo solo quiero desaparecer. Ojalá las cerillas bastaran para quemar esta pena. Este olvido. Qué imposible parece todo. Qué lejano también. Como si perteneciera a otra vida, una que ya no me corresponde.

Y supongo que eso es todo. Nunca tuve mucho más que hacer, ya ves. Seguir caminando, perderme entre la multitud, evaporarme. Llevarme un puñadito de esta pena en los bolsillos, mientras encuentro algún otro lugar en el que echarla. En el que perderte. Quizás cuando haga calor de nuevo. Cuando las calles se vacíen. Y la soledad sea un poco menos fingida. Y no me quede más remedio que dejar de esconderme en donde quiera que sea que habita el olvido.


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