Los vendedores de felicidad


Si de algo fuimos culpables, fue de soñar. De creer que podíamos cambiar la condición en la que nacimos. Quisimos ser mejores, más grandes, más fuertes... Quisimos que nuestra realidad superase la ficción con la que de niños soñábamos. Queríamos que nuestros hijos no tuvieran que imaginar. Pretendíamos dárselo todo. Buscábamos esa imagen de película, la casa de dos plantas, el porche y el enorme jardín frontal cuajado de rosas blancas. Nos habían dicho que aquello era la felicidad y les habíamos creído. En sus enormes y luminosos despachos, donde todo eran sonrisas y afirmaciones. Y parecía tan fácil, tan tangible... Nuestro sueño se encontraba a una firma de distancia.

Y firmamos. Nos dieron, a cambio, las llaves de aquella felicidad ansiada. Con sus escrituras y sus cómodos plazos. Con ese poquito más para el coche que siempre quisiste porque, a fin de cuentas, ¿para qué servía el dinero si no era para gastarlo? Y parecía que era cierto. Que nada podía salir mal. Lo decían con tanta seguridad, con tanto aplomo. Aquella era su profesión, ellos eran los expertos. No podían equivocarse. Y confíamos ciegamente en ellos porque queríamos confíar en alguien. Porque necesitábamos creer que era posible, que era cierto.

Lo que pasó luego fue confuso. El sol dejó de brillar de golpe. El precio de la felicidad parecía subir por momentos y nadie sabía qué había detrás de un impago. Las oficinas se volvieron grises, sombrías. Las sonrisas se convirtieron en gestos de desprecio. Gastar dinero ya no era disfrutar, era vivir por encima de nuestras posibilidades. Y los niños tenían hambre. Y la casa parecía caerse sobre nosotros lentamente.

Los ingresos menguaron, los gastos subieron. Y el dinero no era tan de goma como habíamos creído. Las puertas ya no se abrían con la facilidad de antaño. Las negativas eran cada vez más frecuentes. Nos fuímos quedando solos. Nos fuimos comiendo a cucharadas una infelicidad amarga que nos quitó de un golpe toda la felicidad que alguna vez pudimos haber probado.

Y, al final, lo perdimos todo. Todo menos la firma, la maldita firma. Comprendimos, demasiado tarde, que no habíamos comprado nuestra felicidad con ella. La habíamos vendido. Y nunca, jamás, íbamos a recuperarla.

Sí, ya no me quedan dudas. Si de algo fuimos culpables, fue de soñar.

5 comentarios:

P. dijo...

:) me encanta, me encanta mucho como escribes, yo no soy capaz, no sé como lo haces pero eres capaz de hacer textos preciosos con contenidos amargos y tan reales y actuales, por tristeza. Ojala fuera yo capaz de juntar esas dos partes de mí, los textos siempre me salen de lo mismo, con poca profundidad y bastante frívolos.

Pugliesino dijo...

Y los del otro lado de la mesa, pareciera que pasaron por una parte de la vida que se nos escapa, porque imagino que habrán también soñado, estudiado, enamorado y endeudado con miras siempre para salir adelante, para sentir la felicidad de cerca.
Pero tuvo que haber un tramo oculto al resto tras el que aparecieron sobre el sillón contemplando al mundo desde el.

Sino no se entiende como pueden vendernos de forma tan rastrera el presente, el futuro y más allá de la muerte una firma inmortal.
No se entiende como la misma persona que estrecha la mano, sonríe, ofrece su pluma, da su garantía personal de que hacemos bien en endeudarnos, es la misma que envía a sus abogados la orden de preparar demandas de embargo.

Deberíamos dejar tu relato en los mostradores de los bancos, en lugar de tantos folletos llenos de falsedades, aspiradoras y juegos de toallas. Y que la gente lo pueda leer y verás como salvaba muchas vidas, incluso después de la muerte!!

Genial

J.L. Galán dijo...

Nunca podemos ser culpables de soñar. Sí, de ser engañados, sí de creernos los sueños que otros quieren para ti. Sí, de no luchar por ellos que cada uno desea para si mismo, para todos.

Nos engañaron, sí. Nos engañamos, sí. Nos dejamos engañar, pero nunca seremos culpables de soñar.

Por otro lado, gran entrada.

Saludos

Rebeca Gonzalo dijo...

Una fotografía muy nítida de la crisis mundial. Vendimos nuestro alma al diablo. Está claro.

Terrible descubrimiento, pero merece la pena aprender de los errores.

Besotes, guapi.

Giordino dijo...

Escribes sobre sueños hechos realidad? Realidad hecha ficción o ficción hecha sueños?
Enhorabuena por tu pluma.