Lola

Elegí el nombre de Lola porque a mi la vida me ha dolido mucho, ¿sabe? Pero no vaya a poner eso. Usted ponga que me llamo Lola, tal cual. Sin apellido. Solo quería que supiera que yo antes no me llamaba así. Tenía un nombre como todo el mundo, con sus dos apellidos. Pero cuando llegué aquí las chicas me dijeron que me lo cambiara, que a los tíos que vienen aquí no les gusta que tengamos apellidos ni nombre ni nada. Me dijeron que me pusiera algo exótico como Tiffany o Dorothy pero yo no sabía ni escribir esos nombres. ¿Se imagina algo más absurdo? La mayoría de estas chicas tienen nombres que no saben ni deletrear. Por eso yo elegí Lola, porque viene de Dolores y, si de algo entiendo yo, es de dolor.
Yo quería ser locutora de radio, ¿se lo puede creer? Cuando era chica, siempre me encerraba en mi cuarto con la radio bien alta. Me quedaba allí durante horas, acurrucada en la cama, escuchando aquellas canciones que hablaban de cosas que yo no conocía. Mi sueño era ser como aquellas locutoras de voz dulce, vivir al otro lado de esa cajita metálica que me alejaba de la realidad por un instante. En aquella época yo era una ignorante, lo sé, pero aún tenía esperanza. Eso es lo peor de todo, ¿sabe usted? Que te jodan tanto que termines olvidando como se sueña.

No se crea que aquello servía de mucho. A veces los gritos eran tan altos que ni la radio los cubría. Podía escuchar cada golpe como si yo misma lo estuviera recibiendo. Los gritos de mi madre se clavaban en mi oído como puñales pero yo quería escucharlos, me ponía junto a la pared para poder oírlos con más claridad. Cuando no gritaba, cuando solo se escuchaban sus golpes era cuando más miedo tenía, ¿entiende? Era entonces cuando yo empezaba a pensar que, quizás, ella estaba muerta. Muchas veces pienso que mi madre solo gritaba para hacerme saber que seguía con vida, que ese cabrón aún no la había matado.

No, no era mi padre. Y, si algún día lo fue, tanto odio terminó con cualquier parentesco. Su olor me repugnaba y el sonido de su voz machacaba mi cabeza como un martillo. Solía fantasear con envenenar alguna de sus comidas o aquellas botellas de whisky barato que guardaba en la cocina, pero nunca me atrevía. Entonces era una cobarde, ya lo sé. Quizás de haber sabido antes lo que sé ahora, mi madre estaría viva y ese cabrón bajo tierra.

Solo lo intenté una vez. Matarle, quiero decir. Cuando tenía siete años, salí de mi cuarto durante una de las palizas. Cogí el jarrón del pasillo y fui al salón sin hacer ruido. Estaba tan asustada que me mee encima. Mi madre estaba en el suelo, tirada como un perro. Él, de pie, daba patadas sobre su vientre sin cesar, ¿se imagina? Pateando a una mujer medio muerta, indefensa. Ese cerdo cobarde se creía muy valiente entonces. Gritaba palabras que yo no conocía aún. Se puede imaginar la clase de insultos que eran, yo no lo repetiré. Ponga ahí cualquier cosa, lo peor que pueda imaginar y seguramente acierte. ¿Mi madre? Ella no gritaba, ni siquiera se movía. Le miraba fijamente a los ojos, yo creo que esperando el golpe definitivo. Era una mujer valiente, pero le juro que la hubiese entendido. Si me hubiera dejado entonces, hubiera entendido porqué lo hacía. Pero no lo hizo, ¿sabe? Ella siempre luchaba por mí.

Aún no sé como fui capaz de coger aquel jarrón y lanzarlo contra su cabeza con tanta fuerza. Era de cerámica de la buena, abultaba más que yo. Solo recuerdo que mi madre estaba aterrorizada y no paraba de gritarme que me encerrara en mi cuarto con llave. No llegué a tiempo, por supuesto. Por eso es la cojera, ¿ve? Me dio tal paliza que casi me quedo en silla de ruedas. No pude volver a intentarlo porque ya no era capaz de ser silenciosa. Este trozo de carne muerta hace un ruido espantoso cuando camino.

Mi madre no murió por haberse cortado las venas con aquella cuchilla oxidada, se lo digo yo. Ella esperó a que yo cumpliese los dieciocho para poder irse tranquila. A mi madre lo que la mató fueron todas sus palizas, todos aquellos años de sufrimiento. Y también esa soledad en la que vivíamos. Es curioso, ahora hay tanta conciencia social y tanta ayuda pero, ¿quiere usted saber algo? El día antes de morir, mi madre fue a poner una denuncia a comisaría y se rieron de ella. Sí, como lo oye, la dijeron que volviera a casa y se dejase de tonterías. Yo creo que por eso se mató, porque agotó todas sus posibilidades de salvarse.

Después de que mi madre muriese, me largué de aquella casa. Cogí la radio y algo de dinero que robé mientras él dormía. Le drogué, claro. Eché somníferos madre en su whisky y, cuando cayó desplomado sobre el sofá, cogí mis cosas y me marché. ¿Sabe por qué no le maté? No había suficientes somníferos en la caja. Ya ve usted, mi venganza truncada por un detalle tan absurdo.

Estuve viviendo en la calle hasta que empecé a trabajar en esto. Ponga que soy puta, así, como suena. No vaya a poner alguna de esas palabras ridículas que usan ahora. A mí este trabajo me salvó la vida y al menos le debo eso, ¿entiende? Llamarlo por su nombre. No es que me guste lo que hago, pero no sé hacer nada más.

Esa es mi historia. Ya no busco a nadie que me salve porque sé que es demasiado tarde. Aún tengo la radio, ¿sabe? Es lo único que me queda. La pongo siempre bien alta. Los clientes se quejaban al principio, pero terminaron por acostumbrarse. Ahora ya no sueño con ser locutora, es cierto. Pero me gusta recordar que, una vez, fui capaz de soñar.

8 comentarios:

la chica de los lacasitos dijo...

Hay mucho prejuicio alrededor de mujeres como Lola... hay muchas ideas previas... y no sé puede andar uno con ídeas previas. Porque antes que ''puta'' (que que poco me gusta esa palabra), es mujer... y antes que mujer es una historia...
De dolores, Lola.

Cómo siempre, increíble. ¿Sabes?.




pd: lachicalacasito@gmail.com
para que me cuentes lo de África.

Bonita!

Reindeershorns dijo...

Me encanta el nombre de Lola

P. dijo...

me encanto la historia de Lola.
tienes un premio esperando en mi blog ^^

Nuncajamás dijo...

¡Qué dolor! La historia de Lola me ha conmovido las entrañas. Un besote, guapa.

Tienes el don de hacer reflexionar con tus letras y hacernos abandonar los prejuicios, cosa que no siempre es fácil. Un besazo.

Ausencia Silenciosa dijo...

Me ha dejado los pelos de punta este relato... es tan crudo, tan real, casi puedo verme allí, con mi grabadora de periodista, hablando con ella...

y la frase final!

Pugliesino dijo...

La escuchaba, la escucho mientras habla.
Estoy sentado al otro lado de la mesa, como aquellos hombres que escuchaban a Morgan Freman en una escena de Cadena perpétua:
- "Si estoy rehabilitado?. Pues déjeme pensar... para serle sincero no tengo ni idea de lo que eso significa. Para mí sólo es una palabra inventada, inventada por políticos para que jóvenes como usted tengan trabajo y lleven corbata. ¿Qué quiere saber en realidad?. ¿Si lamento lo que hice?. No hay día que pase que no me arrepienta. No porque esté preso, ni porque usted crea que tendría que hacerlo. Pienso en cómo era yo entonces. Un chico... joven y estúpido que cometió un crimen terrible. Y quisiera hablar con él. Me gustaría que entrase en razón. Decirle cómo son las cosas. Pero no puedo. El chico se fue hace años, y este viejo es lo único que queda. He de vivir con eso. Rehabilitado... es sólo una palabra de mierda, así que rellene sus formularios, hijo, y no me haga perder más el tiempo, porque si le digo la verdad, me trae sin cuidado".
Eso decía, y aquellos hombres escuchándole. Pues Lola posee aun mucha mas fuerza, ella mira a aquella niña llena de vida, a su madre, tal vez se arrepienta de no haber conocido mucho antes el concepto de matar, y seguro que quienes la escuchamos, los que formamos parte de ese mundo, de esa comisaría que le dio otra patada mas, seguro que no habríamos tenido argumento alguno para condenarla.
No sé cuantas Lolas habrá en este mismo instante, digo no sé por el nº elevado de ellas, no porque dude de si existen o no, pero una cosa si sé, como dice Morgan Freaman "dejénse de formularios, de leyes y promesas porque me trae sin cuidado, y no perdamos mas el tiempo ni miremos a otro lado cuando unos gritos impiden escuchar la tele"

Como siempre, genial Sara, pero sobre todo la voz, el espacio, el momento que das a Lola para que podamos escucharla.

Un abrazo!

Pugliesino dijo...

La escucho, la escucho al otro lado de la mesa, como aquellos hombres del consejo penitenciario escuchaban a Morgan Freaman en Cadena perpetua.
-"Si estoy rehabilitado?. Pues déjeme pensar... para serle sincero no tengo ni idea de lo que eso significa. Para mí sólo es una palabra inventada, inventada por políticos para que jóvenes como usted tengan trabajo y lleven corbata. ¿Qué quiere saber en realidad?. ¿Si lamento lo que hice?. No hay día que pase que no me arrepienta. No porque esté preso, ni porque usted crea que tendría que hacerlo. Pienso en cómo era yo entonces. Un chico... joven y estúpido que cometió un crimen terrible. Y quisiera hablar con él. Me gustaría que entrase en razón. Decirle cómo son las cosas. Pero no puedo. El chico se fue hace años, y este viejo es lo único que queda. He de vivir con eso. Rehabilitado... es sólo una palabra de mierda, así que rellene sus formularios, hijo, y no me haga perder más el tiempo, porque si le digo la verdad, me trae sin cuidado".
Esto les respondíó él.
No he podido evitar recordar esa escena, parecían al principio como los de la comisaría a donde se dirigió la madre de Lola, pero aquellas palabras les aplastaron.
Como las de Lola nos arrasa como un tsunami que nos arrebatara la venda o mejor dicho el tapón de los oídos.
La dichosa conexión me ha hecho perder el comentario y lo escribo por segunda vez aunque ya no con las mismas palabras, pero si con el mismo deseo de que esos.... desaparezcan del mundo y las (que haberlas haylas en este mismo momento) Lolas y madres que viven en la vida real escenas como las que aquí leemos reciban todo el apoyo y sobre todo, parece tan simple y sin embargo tan dificil, justicia y el derecho a vivir.

Genial Sara, y mas aun por darle voz, espacio y este momento de recordarnos que ahí fuera, pero no lejos, hay mucho por hacer.

Un abrazo!

Pugliesino dijo...

La escucho, la escucho al otro lado de la mesa, como aquellos hombres del consejo penitenciario escuchaban a Morgan Freaman en Cadena perpetua.
-"Si estoy rehabilitado?. Pues déjeme pensar... para serle sincero no tengo ni idea de lo que eso significa. Para mí sólo es una palabra inventada, inventada por políticos para que jóvenes como usted tengan trabajo y lleven corbata. ¿Qué quiere saber en realidad?. ¿Si lamento lo que hice?. No hay día que pase que no me arrepienta. No porque esté preso, ni porque usted crea que tendría que hacerlo. Pienso en cómo era yo entonces. Un chico... joven y estúpido que cometió un crimen terrible. Y quisiera hablar con él. Me gustaría que entrase en razón. Decirle cómo son las cosas. Pero no puedo. El chico se fue hace años, y este viejo es lo único que queda. He de vivir con eso. Rehabilitado... es sólo una palabra de mierda, así que rellene sus formularios, hijo, y no me haga perder más el tiempo, porque si le digo la verdad, me trae sin cuidado".
Esto les respondíó él.
No he podido evitar recordar esa escena, parecían al principio como los de la comisaría a donde se dirigió la madre de Lola, pero aquellas palabras les aplastaron.
Como las de Lola nos arrasa como un tsunami que nos arrebatara la venda o mejor dicho el tapón de los oídos.
La dichosa conexión me ha hecho perder el comentario y lo escribo por segunda vez aunque ya no con las mismas palabras, pero si con el mismo deseo de que esos.... desaparezcan del mundo y las (que haberlas haylas en este mismo momento) Lolas y madres que viven en la vida real escenas como las que aquí leemos reciban todo el apoyo y sobre todo, parece tan simple y sin embargo tan dificil, justicia y el derecho a vivir.

Genial Sara, y mas aun por darle voz, espacio y este momento de recordarnos que ahí fuera, pero no lejos, hay mucho por hacer.

Un abrazo!