Más suyas, menos nuestras

Dice Gallardón que "La maternidad libre hace a las mujeres auténticamente mujeres. Yo soy mujer y no soy madre. Tampoco soy esposa o hermana. Yo sólo soy mujer. Aunque para el ministro de Injusticia la mujer sólo sea auténticamente mujer cuando sirva como complemento a otra persona: hijo, padre, marido, hermano. Cuando la mujer complemente otra vida que sí tenga derecho a serlo. Pero yo me siento auténticamente mujer. Dueña de mi cuerpo y de mis opiniones. Dueña de lo que hago, de lo que pienso, de lo que siento y de lo que digo. También de lo que callo. De lo que defiendo y de lo que rechazo. 

Gallardón quiere quitarme eso con su reforma del aborto. Quiere que mi cuerpo deje de ser mi cuerpo. Que se convierta en una suerte de incubadora, en un útero sin alma. Gallardón quiere convertirme en una de esas mujeres, auténticamente mujeres porque son madres. Porque son esposas que firman y callan sin preguntar lo que sus maridos piden. Porque la auténtica mujer no piensa por sí misma, deja que esa otra vida que la posee lo haga por ella. 

Ni siquiera lo ha inventado él. Gallardón no es más que un resultado. Un producto. El ser humano no nace odiando, el odio se construye. El odio se implanta. El odio que el ministro siente hacia la mujer es el fruto de la educación que ha recibido. De los ambientes en los que se ha movido. Del poder que ha alcanzado. Su odio hacia la mujer no es innato, ha sido puesto ahí. Porque nadie, ningún hombre repito, nace odiando. 

Grabando el otro día este podcast sobre 1984 surgió un tema interesante. En el libro de Orwell se reflejan dos tipos de rebeliones contra el sistema. Tenemos a Winston Smith y a Julia. Mientras Winston aborrece las injusticias cometidas por El Partido, su manipulación de la verdad y la opresión a la que son sometidos, Julia se decanta por una rebeldía más individualista. La rebelión de Julia pasa por su cuerpo, por su feminidad. Julia lucha contra El Partido haciendo precisamente lo que El Partido ha impedido que haga: ser mujer. Y su rebelión no es menos significativa por ello, de hecho, es relevante que la mujer tenga que rebelarse contra el sistema para ser lo que le corresponde por naturaleza. Que la mujer siempre tenga que luchar por ser auténticamente mujer porque su feminidad se ve coartada, se ve supeditada e, incluso, anulada. 

El cuerpo de la mujer se mercantiliza. Se prostituye, se vende, se arrienda. Se convierte en pecado, en tabú, en objeto. El cuerpo de la mujer es del Estado, de su marido, de su padre, del feto. Y, si la mujer osa reclamar su propiedad, se la tacha de feminista radical. La mujer que prioriza su individualidad es considerada egoísta. La mujer que decide no definirse por quien la acompaña sorprende, choca, asombra. Porque la mujer, por norma general, no es auténticamente mujer hasta que pasa a ser "de". Marido, hijo. Poco importa. Lo que cuenta es ese "de" que denota pertenencia. Que la ubica, que la contiene. Esa red de seguridad que ata su cuerpo a otra vida. 

Pero el cuerpo de la mujer puede existir por sí mismo. Sin redes de seguridad, sin ataduras. De vez en cuando, las mujeres somos conscientes de eso. Y nos rebelamos. Y conseguimos que las cosas cambien. Logramos recuperar esa autonomía que nos suprimen. Porque somos luchadoras, capaces, valientes, libres. Porque ni queremos ni podemos permitir que nada ni nadie decida por nosotras.

Y, aunque ayer bastaron 183 votos de esta democracia totalitaria para que todas las mujeres de este país pasáramos a ser un poquito más suyas y menos nuestras, yo soy mía. Y soy mujer. Y no voy a dejar que nadie me quite eso.

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