La sociedad de la desinformación


Esta mañana leía una noticia en Twitter que, pese a no sorprenderme, si me ha resultado curiosa: tan sólo un 2% de los autores viven de su obra, el 80% ingresa menos de 700 euros anuales por la venta de sus libros. Debido a esto, he mantenido una conversación de lo más interesante que me ha hecho reflexionar sobre un tema: ¿somos responsables de lo que consumimos?

Hay dos tipos de consumidores: los que eligen lo que quieren y los que dejan que sean otros quienes decidan por ellos. Y no hablo solo de literatura, todo lo que consumimos en nuestro día a día puede ser aplicable a esta clasificación, ya sea música, cine, televisión, literatura o incluso restaurantes. Vivimos en una sociedad sobreinformada en la que existe una opinión prefabricada para todo a un solo clic de distancia. Pero, si no queremos hacer tan siquiera este gesto, tampoco hay problema: las grandes empresas del sector ya se encargan de seleccionar lo que debe gustarnos. Lo que se nos ofrece, lo que llega a las estanterías, carteleras o programación televisiva ha sido previamente elegido por otros. Y es solo dentro de su criterio donde se nos permite elegir. Un porcentaje muy pequeño de la oferta real existente. Tan ínfimo que resulta relativamente fácil crear un fenómeno de ventas en él.

¿Es responsable el consumidor de esto? En cierto modo, sí. En una sociedad como la nuestra, la información puede llegar a resultar apabullante. Es necesario, por tanto, acotar de algún modo la búsqueda para hacerla asequible a nuestras capacidades. En un escenario así, el hecho de que se nos entregue una porción de esa información preseleccionada y lista para consumo, equivale a un oasis mental. El consumidor se rinde entonces a lo fácil y deja de buscar. Curiosamente, en una sociedad como la nuestra, el mayor pecado de los consumidores es la desinformación. Aunque esta se produzca por exceso de lo contrario.

Pero, volviendo a la noticia que iniciaba este debate, ¿por qué solo el 2% de los escritores viven de su obra? El primer responsable de que esto suceda es el sector editorial. Un sector que ha dejado manifiesta su escasa intención de apostar por nuevos talentos o tecnologías alternativas. Aunque vamos viendo pequeños avances con los años, lo cierto es que aún queda mucho por hacer y, sobre todo, por mejorar. Pero una editorial no deja de ser una empresa y, como tal, debe velar por sus intereses económicos. Un escritor de betsellers es una apuesta segura mientras que un escritor desconocido supone un riesgo. Y las editoriales actúan en consecuencia, cosa que no se les puede reprochar. A fin de cuentas no deja de ser un negocio. Su finalidad no es la literatura, eso es tan solo un medio para el verdadero fin: hacer dinero.

El segundo responsable es el lector. No voy a entrar a juzgar la piratería ya que considero que es un capítulo aparte, pero está comprobado que el lector se vuelve menos exigente a la hora de descargar libros gratuitos que a la hora de comprarlos. ¿Es entonces el precio lo que nos hace decantarnos por un título u otro? En parte, pero también influye la seguridad. Un libro sobre el que hemos leído buenas críticas, que está respaldado por una gran editorial y, sobre todo, que está firmado por un afamado novelista del que, mejor aún si cabe, hemos leído algún título previo que nos ha gustado tiene todas las papeletas para gustarnos. Resulta, pues, una apuesta segura y, tal como hacen las editoriales, la inmensa mayoría de los lectores acabará decidiéndose por el libro que saben que les va a gustar con mayor facilidad que por el libro que quizás podría gustarles.

Sea como sea, lo cierto es que no existe mercado suficiente para que más de un 2% de los escritores vivan de su obra. La ganancia de unos supondría la pérdida de otros. Y, quizás, esa sea la clave de todo: cuando el sistema funciona para quien tiene que funcionar, no existe necesidad de cambiarlo. Y, quienes desean ese cambio, no disponen de suficiente poder para lograrlo.




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