Nunca había deseado tanto estar de vuelta



Nunca había deseado tanto estar de vuelta. En cuánto regresé al almacén, me puse el chaleco reflectante y recogí los albaranes que el encargado había dejado para mí en el tablón. Ya subido en el camión, con la mercancía cargada y el cinturón abrochado, pude recapacitar sobre lo sucedido.

Todo había empezado dos semanas antes, cuando el gerente de la empresa anunció el inminente despido de 101 trabajadores. Sin nombres, sin razones. El 30% de la plantilla estaría en la calle en menos de un mes y los elegidos irían conociendo su destino aleatoriamente durante aquellas cuatro semanas. 

El primero fue un tipo del almacén al que, por suerte, no conocía. Tras el puente de la Constitución, al ir a fichar un mensaje había aparecido en la pantalla: “Por favor, pase por Recursos Humanos”. Lo siguiente que se supo es que ese día no regresó a su puesto. Le vieron guardando sus veinte años de servicios prestados a la empresa en una caja de zapatos, según unos. En una bolsa de plástico según otros.

Al día siguiente todos acudimos a fichar con miedo. Hubo quien, incluso, llegó tarde por miedo a introducir su tarjeta en el lector. Sin embargo, aquel día los mensajes se recibieron a última hora. Fueron tres los caídos aquel martes. 

Las bajas se fueron sucediendo indistintamente a lo largo de la semana. A veces el mensaje aparecía al fichar a primera hora. A veces lo hacía a la salida. Otras veces en la pausa del bocadillo. Las taquillas que iban quedando abiertas en los vestuarios nos permitían llevar la cuenta de los que faltaban. El viernes por la mañana conté once y un escalofrío recorrió mi espalda al pensar que lo peor aún estaba por llegar.
Aquella particular lotería pronto me rozó de cerca. Fue una mañana de miércoles, cuando el temido mensaje parpadeó en pantalla después de que Julián pasara su tarjeta. Julián, amigo y compañero. Padre de dos niños de quince y trece años. Mujer en paro, hipoteca y el préstamo del coche aún a cuestas. Dieciocho años de trabajo liquidados con veinte días por cada uno de ellos y una carta de agradecimiento firmada por el director general en persona. 

Abracé a Julián y le dije lo que se le suele decir a una persona que acaba de quedarse sin trabajo, aunque tras cada frase de apoyo que pronunciaba tenía la sensación de creerme aún menos mis palabras. Luego volví al trabajo que, para aquel entonces, comenzaba  a multiplicarse lentamente.
Pasó el mes entre aquellos pequeños microinfartos que sentía cada vez que tenía que fichar. El último día del plazo que nos había dado en la empresa, creía que me había librado. Lo creía de verdad.  Tanto que, la noche anterior, había comenzado a soñar con la posibilidad de irme de vacaciones a algún lugar exótico aquel año. 

Estaba tan absorto en mis pensamientos que, aunque vi el mensaje parpadeando en la pantalla, no fui consciente de su significado hasta transcurridos unos segundos. Aquel “pase por Recursos Humanos” se me antojaba un cúmulo de letras sin orden ni sentido alguno. Algo intangible, incoherente, imposible.
Recursos Humanos estaba al final del pasillo, frente al despacho de dirección. Golpeé la puerta con los nudillos dos veces y una voz desde dentro me pidió que entrara. Tras un bonito escritorio color caoba, me esperaba un hombre trajeado de sonrisa impecable. Por un momento, me sentí algo ridículo con mi mono de trabajo y mis viejas botas de trabajo. Tan fuera de lugar que, cuando el trajeado me pidió que me sentará, lo hice en el borde de la silla por miedo a ensuciarla. 

-Imagino que ya sabe por qué está aquí –comenzó a decir.

Y, mientras recorría con la mirada su bonito escritorio, pensé que sí que lo sabía. Claro que lo sabía. Cada hecho, cada certeza aparecía nítida ante mí como los objetos de aquella mesa. Una grapadora plateada con el nombre de la empresa grabado en el lateral. Veinticinco años de trabajo. Una bandeja de plástico negro con una pila de currículos desordenados. La voz de mi mujer diciéndome que no aguantaba más. Una caja de clips vacía. El llanto de mi hija cuando la dije que este año tampoco podría comprarle aquella bicicleta por su cumpleaños.  Un bolígrafo de gel negro. La pensión que cada mes desde mi divorcio dejaba en números rojos mi cuenta bancaria. Una alfombrilla de ratón con el emblema de la empresa escrito en ella. La última lata de fabada que quedaba en mi despensa. Unas tijeras abiertas. La orden de desahucio que había llegado aquella misma mañana a casa. Las tijeras, abiertas. Abiertas. 

Ni siquiera fui consciente de lo que estaba haciendo hasta que las dejé caer al suelo. Todo estaba lleno de sangre. El traje, aquel bonito y caro traje gris estaba cubierto de sangre roja, oscura, húmeda. Me limpié las manos en el mono de trabajo y salí del despacho.

Luego regresé al almacén. Me puse el chaleco reflectante, cogí los albaranes que el encargado había dejado sobre la mesa y me subí al camión, dispuesto a seguir trabajando como lo había hecho cada día durante los últimos veinticinco años.

17 comentarios:

Isi G. dijo...

Brutal, sencillamente genial. Muy acorde con los tiempos que corren y un final que más de uno habrá pensado en darle a todo esto.

¡Nos leemos!

Sara dijo...

Crudo y genial relato, casi nos ha salpicado la sangre, a la vez que hemos vibrado con sus emociones.

Feliz regreso!

Sara dijo...

Crudo y genial relato, casi nos ha salpicado la sangre, a la vez que hemos vibrado con sus emociones.

Feliz regreso!

Pugliesino dijo...

Genial es poco, como poco es lo que se hace, mejor dicho, lo que hacen quienes dijeron "Nosotros haremos...." Y vaya si hacen, hacen lo que les da la gana. Hacen promesas y deshacen sueños; hacen pedestales y destrozan ilusiones; hacen dinero y crean pobreza; hacen creer a la gente para luego desahuciarla.

Hacen, pero unas tijeras cortaron de raíz tanto no hacer NADA.

Genial es poco, eres muy grande Sara

J.L. Galán dijo...

Por desgracia es así, creemos que estamos inmunes y la realidad es más puñetera. Por ahora, la reacción del prota esta alejada de la realidad, pero me parece muy real y factible que sucediera.

Desgarradoramente acorde a los tiempos que vivimos.

Nos leemos cuentacuentos ;-)

Besos.

Gabri dijo...

¿Hay algo que puedas decir después de este relato para que no esperemos con ansias una maldita novela tuya?

Unknown dijo...

Supongo que yo también lo habría hecho. A lo mejor también me sucidaría luego.

Me ha gustado. Real. Y un final que me incita a sentir orgullo.

Pero es una pena, una pena... porqué es real.

wannea dijo...

Pedazo de relato, creo que a todos nos ha tocado de cerca una historia parecida en los tiempos que vivimos, dura, cruel, con un final que me ha dejado con los ojos como platos, me ha gustado si si, mucho mucho :)

bessos!

Larisavel dijo...

Que realismo, que pena. Me ha alucinado cómo has descrito todo lo que pasa por su cabeza, y su sensación de estar fuera de lugar con su mono en esa oficina. Me has dejado boquiabierta, felicidades. Un besin

Manuel Granados dijo...

Este relato llega mucho al hipotálamo, tal vez por su actualidad, por su cercanía, o no se...
Porque hay millones de cosas que a la persona que pierde un empleo se le pueden pasar por la cabeza .
Sacas aquí una sucesión lógica de lo que el prota creía que iba ser su vida a partir de ese momento y termina desembocando en el asesinato. Y todo lo haces en un relato en el que previamente nos pones en situación de una manera cercana, como si nos lo contara un amigo...
Me ha gustado mucho. Enhorabuena.

Nos leemos!!

Jan Lorenzo dijo...

Increíble relato! No pensé en ese final hasta que nombró las tijeras y ahí un festival de sangre se abrió ante mis ojos y pese a que no das detalles, mi mente hizo el resto. Sencillamente genial.

Nos leemos!

Unknown dijo...

¡¡Fantastico relato!! ¿Y qué pasa con tu libro? ¿No estabas escribiendo uno? ¡Pues venga, a escribir y a publicarlo! :-D
Un abrazo

Unknown dijo...

¡¡Fantastico relato!! ¿Y qué pasa con tu libro? ¿No estabas escribiendo uno? ¡Pues venga, a escribir y a publicarlo! :-D
Un abrazo

Jara dijo...

Tan real como que ese final se le habrá pasado a muchos por la cabeza ultimamente, aunque sea fuerte decirlo.

La cosa está muy malita y que mejor forma de narrarlo que esta-

saludos.

Pistachita dijo...

Que duro y que real a la vez... Que triste pensar que hay mucha gente en una situación similar, y los que posiblemente quedan...Pero hay que pensar que siempre hay una luz al final del túnel, por muy largo y oscuro que éste parezca! Enhorabuena por la historia!

El mundo de Yas (Andrés) dijo...

Pues... me ha recordado el miedo que recientemente he estado pasando meses atrás cuando veía a mis compañeros entrar y salir 5 minutos después con un despido en la mano. ¿y a quien no se le ha ocurrido alguna vez hacer algo así?...
Aprovecho, Feliz navidad.
Mundoyás.

Rebeca Gonzalo dijo...

Real y duro. Últimamente se oyen muchas historias de gente lanzada al paro con una mano delante y otra detrás. El giro final, muy bueno.

Besotes.

¡Felices fiestas!