Y, de repente, se encuentran sus miradas. Dos
desconocidos en un bar. Él, sin dejar de mirarla, calcula los pasos
necesarios para alcanzarla mientras apura de un sorbo su copa. Ella,
seductora, se muerde el labio inferior mientras disimula una sonrisa.
No necesitan decir nada.
Antes de que él llegue a la barra, ella ya ha cogido su abrigo. Abre
su bolso de mano para dejar un billete junto a su copa vacía y sale del
bar. Él la sigue, con la vista clavada en sus caderas. Su caminar
imposible mantiene su mirada cautiva. Su ajustado vestido negro parece
perfilar su silueta como si del marco de su perfección se tratase.
Él se ajusta la corbata y traga saliva antes de entrar en el
ascensor donde ella, sosteniendo entre sus dedos la llave de la 101, le
espera. Antes de que la puerta del ascensor se abra, él la besa. Sus
labios, suaves y cálidos, se mueven rítmicamente en una danza de
saliva. Se abrazan. Las manos de él comienzan a buscar en la espalda de
ella la cremallera de su vestido mientras ella, sin dejar de besarle,
le dirige del ascensor hasta la puerta de la habitación. Ella logra
introducir la llave en la cerradura en el mismo instante en que él
consigue desabrochar su vestido. Dirigen sus cuerpos entrelazados hacia
la cama, mientras las prendas que los cubrían van cayendo
desordenadamente sobre la alfombra.
La luz del amanecer les sorprende aún desnudos. Él la arropa con la
sábana y la besa suavemente en los labios antes de levantarse de la
cama. Recoge la ropa que la noche anterior arrojaron al suelo y la
deposita, cuidadosamente doblada, sobre una silla. Luego abre el
armario y coge algo de ropa limpia. Ella se despierta con el sonido de
la ducha. Sonríe al comprobar que él ya ha recogido la ropa. Se peina
el cabello con los dedos y se pone uno de los albornoces del hotel
encima.
Luego abre el armario para coger su teléfono móvil que, aún
desconectado, se encuentra en uno de los bolsillos de su maleta. Lo
enciende y pulsa la tecla de rellamada.
- ¡Hola, cariñoo! - Dicen
cuando descuelga - Tu padre y yo vamos a llegar algo más tarde, ¿de
acuerdo? La carretera está atascada.
Él, que ha salido de la ducha,
sonríe. Cubierto tan solo con una toalla, se acerca a ella y comienza a
quitarle el albornoz despacio. Ella se ruboriza y cuelga el teléfono de
inmediato.
- ¿Llegaremos tarde? - murmura él en su oído.
- Bueno, ya
sabes - responde ella con timidez mientras arroja la toalla de él al
suelo, junto a su albornoz- Tenemos la habitación hasta las 12.
Con este relato he ganado el I concurso Clearblue de relatos.
3 comentarios:
Qué decir, sobre el triunfo del amor y la pasión. Ambos inevitables e imparables.
Enhorabuena por la habitación 101, un gran relato.
Qué decir sobre el triunfo del amor y la pasión. Ambos inevitables e imparables.
Enhorabuena por la Habitación 101, un gran relato.
Cuando se escribe bien el éxito llega y contigo no ha hecho sino empezar.
Felicidades
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