La importancia del dónde

Tenían mucho en común. A los dos les encantaba el helado de leche merengada con una pizca de canela, los granizados de naranja natural con mucho hielo y el yogur de piña sin tropezones.

Los dos se bebían un vaso grande de zumo de tomate de un solo trago antes de comer y, si no había nadie cerca para verles, también una onza de chocolate negro.

A los dos les gustaba la misma música, su canción preferida era la misma y, aunque sabían que era simple casualidad, no podían evitar al oírla sonar en la radio pensar que la habían puesto solo para que ellos la escucharan.

Iban siempre al cine los domingos, solo o en compañía y escondían en su bolsillo él, en su bolso ella, una bolsa de cacahuetes bañados en miel para comerse cuando se quedaban a oscuras.

Los dos iban siempre tarareando canciones por la calle, sonriendo a desconocidos por el mero placer de ver sus caras de desconcierto, pensando en qué estaban haciendo en ese mismo instante tres semanas antes o cuatro años después.

Si se encontraban un calcetín desparejado en el suelo pensaban de inmediato en que su otra mitad lo estaría buscando desesperadamente, como creían que la suya les estaría buscando a ellos.

Ambos eran perezosos, raramente lograban despertarse antes de la una si no había un despertador por medio. Les gustaba trasnochar, bailar solos en su habitación con la música a todo volumen, reír hasta que les dolía el estómago, fingir orgasmos para escandalizar a sus vecinos, flotar en el agua hasta que los dedos se les arrugaban, tirarse de cabeza con los ojos cerrados…

Los dos querían dar la vuelta al mundo en globo, plantar un hueso de aceituna en la maceta de su ventana, probar el helado de sandía y ver el atardecer más bonito del mundo.

Tenían tantas cosas en común que, probablemente, de haberse conocido en otro lugar se hubieran terminado por enamorar locamente.

Pero se conocieron en el kilómetro quince de la Nacional II, uno contra el otro, sin supervivientes. En la radio sonaba su canción preferida. Y sí, de algún modo, la habían puesto para ellos.

4 comentarios:

Maat dijo...

No estoy muy acostumbrada a que tus historias no tengan finales felices, la verdad.

De todas formas creo, quizás como forma de consuelo por sus maltrechos destinos (o su único destino, solo para ellos) que al final se habrían cansado de ser tan iguales y habrían acabado buscando personas diferentes...

Esta semana ya va siendo el segundo blog en el que leo accidentes con coche de por medio. Me hizo gracia el primero, por la coincidencia de que yo también había escrito algo parecido. Al leer tu relato, creo que el subconsciente nos está recordando a todos que llega el verano, las vacaciones, las carreteras y los accidentes. Curioso...

Un abrazo =)

Rebeca Gonzalo dijo...

Chiquilla, no sé muy bien qué te pasa últimamente pero tanto final desastroso va a acabar con mis nervios. Eso sí, tus historias siguen estando tan bien contadas como siempre. Y ésta es inolvidablemente hermosa.

Besotes.

Anónimo dijo...

Yo siempre he sido de solitarias carreteras, de casualidades, de personajes secundarios, de encontrar sin buscar... y por supuesto, nunca, nunca de finales felices.

Anónimo dijo...

Escalofríos...

muchos...