Frida (II)

La culpa la tuve yo, para variar. Le conté al abuelo aquella estúpida historia del chico que había creado una página web para buscar a una chica de la que se había enamorado en el metro de Nueva York y, aunque en aquel momento no pareció hacerme mucho caso, aquella anécdota quedó grabada a fuego en su memoria.


Meses más tarde, después de una de las copiosas comidas en casa de tía Frida, el abuelo me llevó a la biblioteca.

- Jude, hijo mío, eso de Internet… ¿Cómo funciona?

Así me lo soltó, como si yo pudiese explicarle a mi abuelo de ochenta y cinco años como funciona Internet. Sí, soy informático y sí, programo páginas webs… pero de ahí a saber cómo explicarle a un hombre que llama al ordenador “caja” hay un gran trecho.

- Abuelo, es complicado, ¿por qué lo preguntas?

- Quiero que me hagas una página de esas, de las que te ayudan a buscar chicas.

Aquello me descolocó por completo. Los abuelos habían sorprendido a toda la familia cuando, con setenta años, decidieron divorciarse. Nadie daba crédito, ni siquiera los del juzgado. En Australia no es nada usual que personas que han compartido toda su vida se divorcien… pero los abuelos estaban hartos de fingir. A todos nos costó mucho aceptar que el abuelo nunca había estado enamorado de la abuela, pero fue casi más duro saber que la abuela había conocido a un jubilado en su partida semanal de cartas y pensaba irse a vivir con él.

De eso hacía ya catorce años y, aunque entonces yo no era más que un adolescente, seguía recordándolo como uno de los episodios más traumáticos de mi vida. El otro era, sin duda, el día que mi madre me contó que Paul no era mi verdadero padre. Pase tres años buscando a la familia de mi padre biológico para que me contaran más cosas sobre él. Al final llegué a la conclusión de que George no había sido más que un drogadicto que había dejado a mi madre tirada al enterarse de que estaba embarazada de mí. De aquello solo saqué en claro a mi abuela Kate, que se mostró encantada de conocer la única cosa buena que su hijo había hecho en vida (textualmente).

El caso es que, cuando mi abuelo me preguntó aquello, me quedé de piedra. Ya le veía en plan viejo verde, buscando fotos de jovencitas por la red.

- ¿Quieres buscar chicas en Internet? – contesté.

- No, claro que no, Jude. Quiero buscar a una chica, solo a una. Se llama Frida.

- ¿A la tía? – no entendía nada.

- A otra Frida, de hecho, a la Frida que inspiró el nombre de tu tía.

Y así comenzó todo este lío. Cuando el abuelo me contó la historia del amor de su vida no pude evitar enfadarme un poco. A fin de cuentas, mi abuela había sido siempre la esposa de repuesto para él, aunque el abuelo no pensaba lo mismo.

- Yo quise y quiero a tu abuela, Jude, más que a la vida misma… y no me arrepiento ni de un solo día a su lado. Ella me dio lo más maravilloso del mundo: mi familia, pero no éramos el uno para el otro. Cuando conozcas a la mujer destinada a pasar contigo el resto de su vida, lo entenderás. Es algo que solo se da una vez, hijo.

Mi hermana Prudence apoyó al abuelo desde el primer momento. Era una defensora acérrima del amor, los flechazos y el destino. Se pasaba el día leyendo novelas de amor en su cuarto. Meredith, mi otra hermana, era mucho más realista. Solía decir que odiaba a los hombres, aunque no era raro pillarla en su habitación con algún chico. Sorprendentemente, Meredith también decidió que el abuelo merecía su oportunidad. Mujeres…

Lo hicimos todo a espaldas del resto de la familia porque el abuelo no quería que pensaran que estaba loco. Solo se lo conté a mis hermanas porque, por extraño que parezca, nosotros nos contamos todo. Aunque son seis y siete años menores que yo, siempre hemos estado muy unidos. Parte de la culpa es de mi madre, que siempre ha presumido de la maravillosa relación que tenía ella con sus hermanos, incluido el tío James, por mucho que discutan.

La página web era sencilla. Contaba un poco la historia del abuelo y Frida. Daba los pocos datos que tenía el abuelo: el apellido de la familia de Frida, el nombre de sus padres y del tío de Frida que les ayudó a huir de Holanda. También facilitábamos una fotografía de mi bisabuelo y el padre de Frida, una fotografía de mi bisabuela con el guardapelo que el abuelo le había regalado a Frida y algunos datos sobre la calle donde se encontraba la casa de Frida antes de que las bombas la destruyesen.

La historia quedó así. De vez en cuando nos escribía algún curioso preguntando si habíamos localizado a la famosa Frida, aunque no conseguimos grandes avances. Nada hasta que una blogger de fama internacional topó con nuestra página y quiso escribir un post con nuestra historia. El post fue un éxito rotundo (a la gente le encantan estas ñoñerías) y un periódico australiano lo publicó. Meses más tarde, la historia llegó a los telediarios y pronto, la página tenía más de mil visitas diarias.

El abuelo vivía ajeno a todo esto ya que no quería abrumarle con datos, cifras,… Para él, no existían posibilidades de encontrar a Frida aunque no perdía la esperanza, ni siquiera cuando empezaron a aparecer las falsas Fridas. Yo las llamaba así porque eran un grupo de mujeres de diferentes edades que aseguraban ser la Frida buscada. La web del abuelo era un fenómeno en internet, sobre todo después de subir el video del abuelo contando la historia de Frida a Youtube (éxito total, de lo más visto en meses) y muchas mujeres querían aprovechar el tirón mediático. No fue difícil descartarlas porque ninguna tenía el guardapelo y la mayoría ni siquiera tenían edad de haber vivido la segunda guerra mundial.

Mi carrera profesional mejoró notablemente a raíz de este asunto y cada vez eran más las empresas que querían que yo, el famoso creador de buscandoaFrida.com, diseñase su página. Fue una época de mucho trabajo, así que tuve que delegar a las falsas Fridas a mis hermanas.

Tenía el asunto medio olvidado hasta la mañana que recibí el siguiente email:

<< Querido Jude,

Mi nombre es Margot. Vivo en una pequeña localidad irlandesa llamada Howth con mi abuela Frida. Llevo años escuchando a mi abuela hablar del amor de su vida y, hasta ahora, siempre había pensado que fue mi abuelo. Sin embargo, recientemente he descubierto que mi abuelo nunca estuvo en Holanda y ni siquiera estuvo casado con mi abuela. No sé cómo llegué a tu web pero te aseguro que aún estoy temblando. Cada detalle, cada palabra es idéntico a la historia que tantas veces he escuchado. Te adjunto una foto de mí querida abuela con su más preciado tesoro: un guardapelo de plata con la foto de un niño en su interior. Por favor, ruego discreción, mi abuela es una mujer de salud delicada y no le conviene sufrir un sobresalto. >>



Me puse en contacto con Margot de inmediato. Al parecer, Frida y su familia habían huido de Ámsterdam al enterarse de que iban a delatarles por ayudar a escapar a mi abuelo. Su tío les había ayudado a llegar hasta Irlanda, donde habían empezado una nueva vida. Los padres de Frida murieron de tifus y Frida se instaló con un amigo de la familia, un hombre quince años mayor que ella que se convirtió en el padre de su única hija. Cuando su mujer se enteró del embarazo de Frida, la echó de casa no sin antes darle una buena suma de dinero a cambio de su silencio. Frida crió sola a su hija y nunca volvió a enamorarse. Los padres de Margot se habían mudado a Dublín al poco de casarse, por tanto, Margot y su hermano Judah habían pasado casi toda su vida en la capital irlandesa. A principios de año, Frida se había roto la cadera tras una caída y Margot había decidido instalarse con ella para ayudarla en su recuperación.

El abuelo rompió a llorar cuando se lo contamos. Luego vino el resto de la familia. Todos se mostraron algo reticentes al encuentro y, curiosamente, fue mi abuela quién convenció a todos. Dijo que solo quería que el abuelo encontrase el amor de su vida, al igual que ella había hecho con Walter. Mi madre y mis tíos pusieron el dinero para los billetes y, apenas una semana después de recibir aquel email, mi abuelo y yo nos embarcábamos rumbo a Irlanda.

Judah fue el encargado de recogernos en el aeropuerto y llevarnos hasta Howth.

- Te pareces a mí cuando tenía tu edad – dijo el abuelo.

- La abuela siempre decía eso – contestó – por eso insistió en que tenía que llamarme así. “Es igualito que mi Judah”, decía siempre.

- Eso me pasó a mí con mi hija Frida – rió el abuelo – aunque yo veía a tu abuela en todas partes, siempre.

- El suyo fue un gran amor, ¿verdad?

- Fue el único amor, hijo – respondió el abuelo – el único.

Yo me callaba y escuchaba a Judah contar que, cuando conoció a su actual mujer, sintió algo parecido.

- Supe que era ella de inmediato, no dudé ni un segundo.

Me resultaba raro oír al abuelo contar lo mismo de Frida, como si el amor fuese algo muy especial que todos compartían y yo me estaba perdiendo. A mis treinta años nunca había sentido nada parecido. Había tenido alguna novia pero siempre me terminaba hartando de la relación o se terminaba hartando ella de mí. Nunca había sentido ese amor a primera vista que tan popular parecía últimamente. Me sentía incompleto.

- ¿Cómo está Frida? – Quiso saber el abuelo.

- Mi abuela está muy nerviosa – dijo Judah – Sabe que usted viene a verla.

- No me refería a eso exactamente.

- Está guapísima, de veras. No aparenta en absoluto su edad. Antes de la caída salía a pasear cada mañana. Siempre por el puerto, decía que le gustaba mirar el mar porque sabía que las olas eran capaces de transportar su amor.

- Y lo hacían, hijo, te lo aseguro.



La casa de Frida estaba en la calle principal de Howth, un minúsculo pueblo pesquero de incomparable belleza. Era una pequeña casa de dos plantas con un bonito jardín delantero. Judah nos abrió la puerta y nos invitó a entrar.

- Margot no tardará en venir – anunció – ha salido a comprar algo de pescado fresco para la comida. Mi abuela está en el salón.

Creo que el encuentro entre mi abuelo y Frida fue el tercer momento más importante de mi vida. Su manera de mirarse, de tocarse, de sonreírse… fue totalmente indescriptible. Frida era, como había dicho su nieto, una mujer hermosa para su edad. De rasgos finos y sosegados, resultaba hipnótico mirarla. Entonces entendí muchas cosas, como el divorcio de mis abuelos. El amor que se respiraba en aquella habitación era algo completamente distinto a todo lo que yo había conocido. Aquellos dos ancianos se pertenecían por completo, no había duda.

Judah y yo dejamos al abuelo a solas con Frida en el salón y nos sentamos en el jardín a esperar a Margot.

Me lo contaron como si fuese una película. Ves a la chica y ¡zas!, te enamoras de ella. Bueno, no fue en absoluto así. Cuando vi a Margot por primera vez, supe que llevaba treinta años buscándola. Estaba enamorado de ella desde antes de conocerla, como si de algún modo pasar el resto de mi vida a su lado fuese inevitable. Supe, al mirarla, que ella había experimentado lo mismo.





Epílogo

Odio quedarme a medias con las historias, así que os contaré como terminó todo. El abuelo se quedó en Howth cinco largos años, hasta que un infarto se le llevó de este mundo. Apenas una hora más tarde, Frida se iba con él. Durante todo aquel tiempo yo me casé con Margot y me mudé a Irlanda, donde formé una maravillosa familia junto a ella. No pasa un solo día en el que no agradezca haberle contado aquella ridícula historia al abuelo, sobre todo cuando veo la cara de mis hijos y me siento el hombre más afortunado de la tierra por tener a mi mujer. Mi hermana Meredith se casó un año más tarde con un ejecutivo de Camberra y, casualidades de la vida, seis meses más tarde le destinaron a Londres. Prudence conoció a un músico y se fugó de casa. Mamá se reía mucho con aquella historia porque decía que le recordaba a ella (aunque ninguno logró explicarse porqué). Cuando se cansó de dar tumbos, se vino a vivir con nosotros una temporada. Conoció a un chico de Cork y se quedó a vivir en Irlanda. La abuela se casó en segundas nupcias con Walter y lo cierto es que estaba preciosa vestida de blanco. El abuelo y Frida fueron los primeros en ser invitados a la boda, aunque tuvieron que asistir por videoconferencia dado el delicado estado de salud de Frida. Antes de morir, Frida le dejó a Margot el guardapelo de plata. Ahora, en su interior, hay una foto de Frida y Judah.

6 comentarios:

conbotasrosasye_yé dijo...

una tarde de domingo se vuelve algo mas dulce con este cuento, me recuerda a irlanda, y me recuerda la sinrazon del amor!

una sonrisa de mi amiga que escuchaba con una sonrisa mientras le leia Frida!

Rebeca Gonzalo dijo...

Te imagino como gran novelista y no dudes de que yo sería una de tus más fieles compradoras.

Tienes un don para las historias, los personajes y sobre todo para conmover al lector. Te envidio. Un abrazo.

P.D.: Nunca creí más acertados los escenarios y los nombres de los personajes, como en este relato. ¡Enhorabuena!

Ausencia Silenciosa dijo...

Yo amo tus cuentos, me encantan! Creo que es de los pocos blogs que cuando tienen post largos los leo enteritos!

Eso que aùn sigo dudando en el amor a primera vista...

Un saludo desde el silencio amiga!

Pugliesino dijo...

Pero que bien está hecho el corte entre las dos partes, con que maestría logras llevarnos hacia una época, hacia un paralelismo con la vida de Ana Frank, hacia un escenario que desde la lejana Australia contempla el gris de la guerra y su tragedia, y como de repente, aun desconcertados mientras avanza la narración aparece ese puente como piezas que encajaran al milímetro, sin ni siquiera escucharse el clic de la unión, la sensación al final es de una maravillosa historia.

¡Genial! :)

AdR dijo...

Permíteme suscribir una a una todas las palabras del comentario de Sechat.

Algo inusual, maravilloso, difícil de encontrar entre todos los que escribimos.

Besos

Dara dijo...

Me voy a quedar sin leer el epílogo porque me encanta no saber cómo terminan las cosas que ya terminan bien tal y como acaban por primera vez.

pd: hasta aquí llegó el olor del amor de Frida. ahora llena la habitación y me hace sonreír.

(cosquillas)