Juego de niños

- Vamos a jugar a algo.

Aquella fue la frase que lo inició todo. Era verano y estábamos en el barrio, como siempre. Capi se estaba fumado uno de los cigarrillos que le había robado a su madre y los demás esperábamos, impacientes, que nos ofreciera una calada.

- ¿Echamos un partido? – propuse.
- Chan pinchó el último balón, ¿recuerdas? No creo que mi padre me compre otro hasta mi cumpleaños. – Pérez era el niño mimado del grupo, sus padres solían comprarle todo lo que pedía… y él siempre lo compartía con nosotros.
- Podemos ir a mi casa a ver una peli, mis padres están en el restaurante.- Los padres de Chan tenían un restaurante de comida china en el barrio, de ahí le venía el mote aunque, en realidad, se llamaba Antonio y su familia no había pisado China en su vida.
- Me aburro, Chan. Paso de películas y paso de fútbol. Tengo un plan mejor.

Capi siempre tenía un plan mejor, por eso le decíamos que era el “capitán”. Solía ser el primero en todo. Fue el primer en fumar, el primero en probar la cerveza y, por supuesto, el primero en besar a una chica. Hasta que Capi no lo hacía, los demás no nos atrevíamos si quiera a planteárnoslo. A su lado, éramos una panda de cobardes.

- Vamos a las vías. He tenido una idea.

Las vías era un lugar de reunión habitual del grupo. Habíamos descubierto un agujero en la valla por el que nos escabullíamos para colarnos en las vías del tren. Solíamos sentarnos allí a ver pasar los trenes y charlar. A veces, si había algún tren parado, nos subíamos encima y corríamos por el techo. El guardia de seguridad nos había pillado un par de veces y nos había echado, pero seguían sin arreglar el agujero y nosotros volvíamos a colarnos de nuevo.

- ¿Tu idea de hacer algo divertido es ver como pasa el tren? – protesté.
- No, idiota. Vamos a jugar a un juego que se me acaba de ocurrir.
- ¿Qué juego es ese?
- Consiste en quedarnos en la vía hasta que venga el tren, el último que se aparte, gana.
- ¿Estás de broma?- Pérez era el mayor del grupo y siempre solía poner el toque de sensatez en nuestras conversaciones.
- No, hablo completamente en serio. Vamos, no tiene porqué pasar nada. ¿O es que acaso os da miedo?
- A mi me parece guay. – Chan era el más fiel a Capi, nunca le cuestionaba.
- Yo paso, me voy a casa.
- ¡Vamos, Pérez! No seas nenaza. No juegues si no quieres, pero quédate. Puedes ser el árbitro.
- Claro tío, alguien tiene que controlar el tiempo.- me oí decir.
- Vale, voy… pero me sigue pareciendo una mala idea.
- A ti todo te parece una mala idea.- sentenció Capi y, acto seguido, se encaminó hacia las vías.

Las reglas del juego eran sencillas. Nos posicionábamos en la vía, de frente, uno tras otro y esperábamos a que se acercara un tren. Antes de que el tren alcanzara nuestra posición, nos tirábamos hacia uno de los lados de la vía para esquivarlo. El último en quitarse, ganaba.

Estar delante de un tren en marcha hace que todo tu cuerpo se tense. Es como mirar a los ojos a la muerte. Estás tú y el tren, nada más. La mirada fija en el punto del horizonte donde aparecerá el primer vagón, los pies clavados al suelo y el resto del cuerpo temblando. El corazón comienza a acelerarse y cada latido parece retumbar dentro de tu cabeza, como una bomba a punto de estallar. Es la adrenalina, que se dispara por tu cuerpo sin control alguno. Cuando estás delante de un tren en marcha el miedo se vuelve tangible.


La primera partida la ganó Capi. Yo fui el primero en retirarme, en cuánto vi que el tren surgía en el horizonte, salté desesperado hacia dónde estaba Pérez, cronometrando nuestros tiempos con su nuevo reloj de pulsera. El segundo en abandonar fue Chan, a tan solo un 90 segundos de la llegada del tren. Capi aguantó hasta el último minuto, cuando todos empezamos a gritar y, como si despertara de un trance, saltó hacia el lateral.

Aquella primera partida no fue divertida, fue excitante. Nos habíamos enfrentado a la muerte y habíamos sobrevivido. Éramos valientes, éramos héroes.

Todo podría haber quedado ahí, en aquella primera aventura con final feliz, pero el riesgo tiene un efecto adictivo que la mayoría de las personas desconocen. Cuando te arriesgas tanto y sales victorioso, tu cuerpo te pide más. Necesitas superarte, encontrar el límite. Por eso jugamos la segunda partida y, por eso también, empezamos la tercera.

La segunda partida la ganó Chan, a tan solo 50 segundos de la llegada del tren. Yo volví a quedar el último, aunque no me importó demasiado, para mi era un logro haber aguantado hasta el último minuto. Capi, sin embargo, no se lo tomó nada bien. Él era un ganador nato y no soportaba que nadie le superase. Siempre tenía que hacerlo mejor que los demás, él siempre ganaba. Quizás fue su valentía, quizás su orgullo. Siempre tuvo demasiado de ambas cosas.

- Está empezando a oscurecer – dijo Pérez – será mejor que lo dejemos por hoy.
- Ni en broma. No podemos irnos sin un ganador y, ahora mismo, estamos a empate.
- Podemos volver mañana – Chan siempre tan diplomático.
- No, mañana ya sirve de nada. Esto hay que resolverlo hoy. Vamos, no seáis críos.
- Capi, creo que Pérez tiene razón. Estoy cansado ya y me duele la rodilla de la caída de antes, no quiero repetir.- confesé.
- Pues no juegues. Esto es entre Chan y yo. El desempate. ¿Qué dices, Chan?
- La última. – y aquella frase selló nuestro destino para siempre.

Desde la barrera el juego no era tan emocionante como desde dentro, resultaba más bien inquietante. Mis amigos estaban firmes en sus posiciones, esperando. Pérez y yo estábamos sentados en un lateral, con el cronómetro preparado y la mirada fija en el horizonte. El sol se había apagado ya y la escena resultaba de lo más desconcertante. Hasta que apareció una luz al final de la vía y todos nuestros cuerpos se tensaron.

El tren se aproximaba a más velocidad que los anteriores, eso fue lo primero que percibí. Luego me di cuenta de que no era un tren de mercancías, como los anteriores, era un tren de cercanías. Creo que fue en ese instante en el que empecé a gritar, justo en el momento en que comprendí que los cálculos mentales que habíamos aplicado para los otros dos trenes no servirían para este.

Chan saltó en el acto, nada más percatarse de lo mismo que yo. Capi seguía allí, ajeno a todos nosotros. El ruido del tren le impedía oírnos, a los tres, gritando desesperados para que se apartase.

Es curioso como cambia la vida en un segundo. Recuerdo aquel último segundo como un intento desesperado de salvar la vida de mi amigo. Estar a tan solo unos metros de distancia de él y no poder hacer nada. Tener solo un instante para tratar de cambiar el destino y darte cuenta de que no es tiempo suficiente. Entender demasiado tarde que no hay nada que puedas hacer. Y, un segundo más tarde, tu vida es completamente diferente.

La última vez que vi a Chan y a Pérez fue en el funeral de Capi. Ni siquiera éramos capaces de mirarnos a los ojos. Teníamos catorce años y habíamos perdido a nuestro mejor amigo, no estábamos preparados para afrontarlo. Nadie lo está nunca, a ninguna edad.

He vuelto a las vías alguna vez desde entonces. El agujero de la valla ya está tapado y ahora hay cámaras de seguridad a lo largo de todo el trayecto. A veces me encuentro allí un ramo de flores, como los que yo mismo llevo. Me consuela pensar que mis amigos tampoco olvidan, que de algún modo Capi nos sigue manteniendo unidos… aunque sea en la memoria.

16 comentarios:

Clow Ceridwen dijo...

Me ha helado la sangre... que triste...



Me recuerda mucho a "El bola". Cuando jugaban a dejar una bola metálica en el centro y cuando llegaba el tren, cada uno a un lado de la via, tenian que ir a por ella... como el juego del pañuelo mas o menos.

Jara dijo...

consigues que no quiera apartar los ojos de la pantalla. Una historia contada muchas veces pero que sin embargo en ti parece nueva.

Sara dijo...

Olvidé comentar que, lamentablemente, esta historia está basada en un hecho real.

Yandros dijo...

¿En un hecho real?
Que barbaro por dios. La tensión aumenta conforme vas leyendo, sin decaer en ningún momento.
Lamentablemente, hay quien confunde ser valiente con ser temerario...

la chica de los lacasitos dijo...

Se me ha parado el corazón.
No puedo creer que sea real...
se me ha parado el corazón.
¿Quién logra superar eso?.
Dios.

Sara dijo...

Me ha gustado mucho tu relato, y que sea un hecho real me ha puesto el vello de punta.

Has descrito muy bien la sensación que tenían cuando estaban dentro de las vías "los pies pegados y el cuerpo temblando"... Y aunque se intuía que el final iba a ser duro, se mantiene la tensión hasta el final.
Maldita edad adolescente, lo intensa que se vive y la de locuras que provoca.
Un saludo, encantada de leerte, nos seguiremos viendo por aquí ;)

Reindeershorns dijo...

Oh Dios.
Siempre me haces llorar.

SAMER K dijo...

Coincido 100% con Clow, me ha recordado mucho a las historias de barrio de El Bola, o Planta Cuarta...

patri dijo...

Supongo que, por desgracia, ocurren muchas historias así...
Puff, la de idioteces que hacemos....qué duro.
Aún así, me ha gustado cómo lo has contado.
BESOS

While dijo...

En un hecho real? O.O
Jo, ahora si que me he quedado completamente helada... Que triste realidad u.u

Ausencia Silenciosa dijo...

Quedé completamente absorvida por tu relato, incluso lo sufrí... Excelente manejo de la tensión!

Un abrazo amiga!

Rebeca Gonzalo dijo...

Me has dejado helada. Cuando mencionas por primera vez las vías, intuía algo así, pero como bien dice Jara, es una historia contada muchas veces a la que tú le das un nuevo matiz. Muy, muy triste. Lo cierto es que los cementerios están llenos de esos "chavales valientes"

Patita dijo...

El cementerio está lleno de valientes...

Me recordó cuando en mi barrio jugabamos a algo parecido (nos sentabamos en mitad de la calzada y cuando venian los coches echabamos a correr).

A pique de matarnos...

Un beso :)

Winding Moon dijo...

Me encantó el relato.

Un besito de ensueño =)

Pugliesino dijo...

Ese segundo permanece interminable cuando uno sigue leyendo.
Y aun después de haber terminado de leer.

La historia está maravillosamente escrita Sara.

Un abrazo!

Estremece pensar que vieron sus ojos. Y que aquel agujero pudo estar tapiado mucho antes.

Caja de Cartón dijo...

Conocía la noticia desde hace unos años, pero tu forma de realatarla me hace sentir que has pasado por ello, me llevas hasta esas vías, hasta el carisma de tus personajes, hasta la adrenalina, la superación, la estupidez y el orgullo.

Lo que más me gusta es que aún sabiendo el final, me sigo quedando helado por esa forma tan tuya de crear vida.

Encantado de pasar por aquí como siempre, se despide con un abrazo,
Caja de Cartón.