Verde (Segunda parte)

Ella era mi salvación, no había duda. No había pasado tanto tiempo desde que la vi por primera y última vez, pero los acontecimientos habían tomado carrerilla y, en aquel instante, sus ojos color ámbar eran mi pasado más remoto.
El destino recupera su imagen para mi ocupada memoria una mañana de Junio, meses después. Saco mis viejos vaqueros del armario, están escondidos al fondo, bajo las camisetas de manga corta y las bermudas. El verano regresa, un año más y llega la hora de cambiar el vestuario.
Mis viejos vaqueros están escondidos porque a Ruth no le gustan. Tienen agujeros y están desgastados. Ella dice que parecen viejos y cutres... ella no sabe que, en realidad, son viejos y cutres, pero me encantan...
Hacía siglos que no me los ponía, pienso mientras busco una camiseta entre el montón que acabo de rescatar del armario. Doy con la camiseta perfecta: naranja, de manga corta y sin estampado. Ruth odia el naranja. Hoy llevo toda la ropa que Ruth no me deja ponerme: hoy puede ser mi último día sin Ruth y debo aprovecharlo.
Bajo a la calle y me dirijo a la parada de metro que hay calle abajo. Busco en el bolsillo del vaquero la moneda de dos euros que acabo de guardar. Encuentro un papel doblado en el bolsillo trasero. Lo saco y lo desdoblo con cuidado. Ahora recuerdo todo.
Cuando llegué a casa aquel día, arrojé los vaqueros al fondo del armario y no volví a sacarlos. Me olvidé de ellos y de todo lo que representaban: mi libertad, mi juventud, mi vida sin Ruth, mi independencia... aquel día Ruth no se enfadó cuando llegué, como siempre, diez minutos tarde. Aquel día ella tenía algo demasiado importante que decirme, algo mucho más grave que diez absurdos minutos de retraso... aquel día mi destino, ese en el que nunca creí, se enredó en las palabras de Ruth.
La habían dado la beca, se iba a vivir a Barcelona un año, luego se quedaría allí a trabajar... y, a partir de ese momento, todo se precipita. Comienzo a vivir entre Madrid y Barcelona, visitándola dos veces al mes, ayudándola a buscar un apartamento para irnos a vivir juntos cuando me concedan el traslado en el trabajo...
Ahora tengo un vuelo de ida a Barcelona para mañana por la tarde. Tengo la maleta abierta sobre la cama, esperando a ser llenada. Tengo un anillo de compromiso en el dedo de Ruth, una fecha en la Iglesia, un piso a medio amueblar y una vida perfectamente planificada por delante.
Voy a mi actual trabajo, a firmar los papeles del traslado.
El papel doblado en el bolsillo trasero del vaquero no entraba en mis planes. Es un dibujo. Recuerdo el semáforo, la chica del banco, su diadema roja, su sonrisa misteriosa... ella dibujaba su destino: ella es mi salvación. Decido ir en su busca.
Cambio completamente mis planes, recogeré el finiquito más tarde. Puedo pedir que me lo envíen por correo y me hagan una transferencia. Necesito saber, con urgencia, si debo coger ese avión. ¿Es mi destino o es el destino de Ruth? ¿He elegido yo esta opción?
El semáforo, obviamente, sigue dónde siempre. El banco ahora mantiene a un jubilado que lee, con gran interés, un periódico. La gente cruza, yo me quedo quieto en el sitio. Estoy en una calle de Madrid, la única calle en la que sé, con certeza, que ella ha estado alguna vez... no sé nada más de ella. No sé si seguirá viviendo aquí, no sé dónde estará... pero tengo la urgente necesidad de encontrarla. ¿Por dónde empezar? Y, de repente, se me ocurre una idea absurda, una idea loca, una idea arriesgada...
Entro en el primer todo a un euro que veo y compro un paquete de pinturas de colores. También compro un cuaderno pequeño, de tapas verdes. Me siento en el banco, junto al jubilado. El hombre ni se percata de mi presencia. Siempre me ha parecido de mala educación sentarse en un banco que está ocupado por otra persona... pero, en ese instante, me parece que ese banco me pertenece a mí y el invitado es el jubilado.
Abro el cuaderno, saco una pintura al azar... rosa. Empiezo a dibujar. Al principio no sé qué dibujar pero, cuando llevo un rato con el cuaderno y la pintura rosa entre las manos, comienzo a garabatear la hoja en blanco. Cambio de tonalidad, sigo pintando. No dibujo bien, nunca lo he hecho... pero, sorprendentemente, mi dibujo tiene un parecido con un emblemático lugar de la ciudad.
Observo mi obra: Un monigote rosa de pie junto a una raya negra que atraviesa del papel horizontalmente. Bajo la raya, el color azul inunda la hoja hasta los pies del muñeco. Luego, verde. El resto de la hoja es de color verde. Parecen árboles, llenan la superficie completa de la hoja.
No hay duda: es el Retiro. Sonrío. La he encontrado.
Voy al Retiro, andando. He gastado mis dos euros en la tienda, no me queda efectivo. El parque del Retiro es inmenso, pero yo sé en qué parte está ella: junto al lago. Me siento absurdo creyendo en el destino, en el poder de un cuaderno y unas pinturas, me siento absurdo al pensar que una desconocida tiene la respuesta a mis dudas... pero no dejo de caminar, voy en su busca...
Allí está. Realmente, sigue igual que la última vez que la ví. Lleva un vestido rosa de tirantes. Tiene el cabello un poco más largo, recogido con dos coletas. Está frente a mí, me mira sonriente, me estaba esperando. Sin decir nada, alarga la mano y clava su mirada en la mía. Abro el cuaderno de tapas verdes y arranco el dibujo, se lo doy. Lo observa sin dejar de sonreír, abre su bloc de notas y lo guarda entre sus hojas.

- ¿Cómo te llamas hoy? - Acierto a decir.
- Hoy soy Verde. Te dije que no cambiaría. Tú, sin embargo, ya no eres Javihoyysiempre. Hoy eres Naranja. Hoy crees en el destino y has salido en su busca.
- ¿Cuál es mi destino, Verde? ¿Lo sabes tú?
- No, yo no lo sé... solo tú puedes saberlo. El destino solo se muestra a quienes creen en él... solo entonces aprenderás a comprenderlo.
- Pero... ¿se puede cambiar el destino? ¿Se puede decidir?
- No, claro que no... pero, a veces, dejamos que nos roben nuestro destino y terminamos persiguiendo un destino ajeno. Terminamos por no ser nada, caminar en busca de los sueños que nunca tuvimos...
- Y... ¿y si pierdo el amor por renunciar a su destino?
- Entonces, no es amor. El amor verdadero sabe respetar tu destino, sabe que tus sueños son parte de ti mismo, sabe esperar y comprender tu necesidad de luchar por alcanzar tus metas. Si realmente ese amor forma parte de tu destino, no tendrás que renunciar a él para alcanzarlo. Todo está escrito.

Verde no dice más. Javi, Naranja, Javihoyysiempre, JavinuncamásJavi... yo, no sé qué decir, no sé que pensar, no sé que decisión tomar... Quiero a mi novia, pero no me quiero casar, ahora no. No quiero irme a vivir a otra ciudad: mi sueño no está allí. No quiero encadenarme al destino de Ruth, dejar de ser, perder para siempre mis ilusiones. No quiero renunciar a mí por estar con ella... bajo la vista, recuerdo, pienso, medito, reflexiono, decido...
Y, cuando vuelvo a levantar la mirada, Verde ha desaparecido. Hay un papel en el suelo, es una hoja del bloc de Verde, lo reconozco al instante. Lo recojo, lo observo, sonrío...

3 comentarios:

SAMER K dijo...

Impresionante, esa era la clave; el destino esta sin rechazar nada de lo que deseas...

celemin dijo...

Qué dilemas se nos plantean en la vida....

Da miedo la chica Verde esta...

Anónimo dijo...

No te lo vas a creer... usando el link, he ido hasta tu space. Hoy... que no hacía falta que pudiera entrar, resulta que puedo... suena a broma pesada, ¿no? :P

Sigo odiando a Ruth, sí, es superior a mis fuerzas el no hacerlo. Y ahora Javi no me parece tan gilipollas, pero no porque no lo sea, sino porque yo lo supero con los comentarios que dejo. Ay dios mío... que palo me da leerlos después de tantos siglos... xD

Y a Verde, no es que le estuviera cogiendo cariño, es que ya me estaba dejando huella, pero claro... yo eso entonces no lo sabía. Eso se sabe al tiempo... ;)

¡Qué bueno es esto, Sara, qué bueno!

¡Muak!