Verde (El final donde todo empieza)

Lo cierto es que no tenía verdaderas esperanzas en volver a cruzarse con él. Lo había soñado, era cierto, incluso había creído verlo… pero nunca con la seguridad de que aquello era o sería una realidad inmediata. Era una promesa que había sido lanzada de cualquier manera, como si no esperase que nadie la tomase en serio.

Ella no era de las que se sentaba a esperar que un golpe de suerte convirtiese su vida en lo que ella había esperado. Cumplía sus pequeños deseos diariamente, sin importarle las consecuencias o las decisiones que tuviera que tomar. Tenía la extraña certeza de que todo lo que hiciese, terminaría por conducirla a un desenlace que había sido escrito solamente para ella. Un desenlace al que llegaría por cualquier camino que tomara. Su destino era inherente a ella y le había sido otorgado en el momento de su nacimiento.

Llevaba siempre un bolígrafo verde en el bolsillo. A veces se sentía cualquier otro color y cambiaba su nombre y sus pinceladas sin tan siquiera percatarse pero, de alguna manera, regresaba a su principio y volvía a sujetar el bolígrafo verde como si nunca lo hubiese soltado. Ella era Verde, nunca podría haber dejado de serlo.

No creía en las casualidades, vivía buscando pequeñas oportunidades que alguien había colocado ahí para ella. Había cambiado la vida de muchas personas y, en consecuencia, muchas personas habían cambiado su vida. Verde solo intentaba dar a la gente un pedacito de la magia que un día un desconocido le regaló en un parque. Sin embargo, todas aquellas acciones que la llenaban, terminaban por dejarla completamente vacía.

No era real porque carecía de rutina. Uno no puede cimentar su vida sobre un terreno que se tambalea con el viento. Verde lo sabía muy bien, por eso vivía de una manera absurda e irreal. Nunca dos veces en el mismo lugar, se decía. Nunca demasiado tiempo haciendo lo mismo. Es inconstante, decían los que no la conocían. Es mágica, decían los que sí. Y Verde, ajena a la polémica que su peculiar estilo de vida levantaba, seguía siendo una pluma que se dejaba arrastrar por el viento.

Los momentos más especiales no se programan. Hay situaciones que cambian tu vida por completo sin estar en el programa. Son inesperadas. Son oportunidades que estaban esperando ser descubiertas por ti… y si tu las necesitabas, ellas dependía completamente de ti para existir. Verde disfrutaba reencontrando a las personas con sus oportunidades perdidas, ayudándoles a reconocerlas y a dejarlas escapar cuando no eran para ellos. Era una terapeuta del destino, solía bromear.

Lo malo de dedicarte a encontrar oportunidades ajenas es que, cuando aparece la tuya, te arrastra como un vendaval furioso. No tienes escapatoria alguna y tampoco forma de reconocer la decisión correcta de entre todas las posibles.

La oportunidad de Verde tenía tamaño DIN A4. Estaba doblada cuidadosamente en cuatro mitades sobre una papelera de una calle poco transitada de una ciudad que habría podido ser cualquier otra sin que la historia cambiase. Sobre la papelera. Ni dentro, ni debajo, ni en uno de sus lados. Estaba allí, como si alguien hubiese puesto todo su cariño en dejar aquel papel colocado exactamente sobre la papelera, de manera que no pudiese ni caerse ni perderse por accidente.

Verde sabía reconocer una oportunidad con solo mirarla de reojo. Aquel papel era una oportunidad. Lo que no sabía era a quién le pertenecía. Sentía curiosidad pero también respeto. Aquellos dos sentimientos enfrentados se colocaron a ambos lados de una balanza que, finalmente, se decantó por la curiosidad.

Verde cogió el papel como si fuese a romperse en cualquier momento. Un escalofrío recorrió su columna vertebral al recordar la última vez que había encontrado un papel abandonado. Con sumo cuidado, desdobló el folio procurando no rasgarlo o arrugarlo. Lo hizo con los ojos cerrados, reservándose la mejor parte para el final.

Cuando Verde abrió los ojos, se quedó atónita. Allí, entre sus manos asustadas, estaba el folio desdoblado. En blanco. Le dio la vuelta. Blanco. Nada. Una simple hoja. Eso era todo.

- Te dije que volveríamos a vernos.

El corazón de Verde dio tal vuelco, que todo su mundo se quedó boca abajo. Aquella voz no sonaba en sus oídos por primera vez. Aquel momento era completamente nuevo pero, a la vez, un maravilloso recuerdo. Había pasado mucho, demasiado tiempo.

- Llegué a pensar que mentías.
- Yo nunca miento. No te dije un día, no te dije cuánto tiempo tendrías que esperar… solo te dije que pasaría. Y ha pasado.

Verde no sabía qué decir. Estaba nerviosa, agitada, feliz y terriblemente triste. Todas sus emociones saltaban alocadamente a su estómago, provocándola una extraña sensación de vértigo que la impedía pronunciar palabra.

- Veo que has encontrado tu destino.
- ¿El folio en blanco?
- No es un folio en blanco. Tú no eres nueva en esto. Has hecho muchas cosas, has cambiado vidas. Sabes reconocer el destino cuando pasa por tu lado.
- Tú me enseñaste, tú me cambiaste.
- Yo no hice nada. Lo cierto es que ya habías empezado a ser quién eres mucho antes de conocerme. El destino te trajo a mí porque quería que lo entendieras… pero yo no te cambié. Siempre has sido la misma. Nadie que se conozca de la manera en que tú lo haces podría cambiar.
- Mi destino está en blanco. No hay destino para mí. Llevo mucho tiempo haciendo mi propio camino, ¿no es cierto?
- Así es. La gente necesita un destino porque están demasiado perdidos para crearlo por sí mismos. Cuando deja de ser necesario, el destino te da vía libre para dibujarlo por ti misma.

La hoja en blanco se mantenía firme entre sus manos. Ella había tenido el valor de elegir, había comprendido que no se trataba de hacer lo que estaba establecido para ella, si no de decidir. Siempre había pensado que su final sería el mismo que había tenido desde un principio porque nadie podía cambiar su destino… sin embargo, allí estaba aquella hoja en blanco retándola a escoger. Podía hacer su propio destino.
Él asentía con la cabeza, como si pudiera escuchar los pensamientos de Verde. No sabía su nombre pero sus ojos tenían el color con el que deseaba dibujar su destino.

- ¿Volveremos a vernos?
- Cada mañana durante el resto de nuestras vidas.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡¡D-E-M-O-L-E-D-O-R!!!

No hay mejor final, no existe. Ni siquiera tú podrías escribirle un final mejor que esta a la historia de Verde.

Me estaba aguantando, pero con el final se me saltan las lágrimas. Soy una llorona y eso es algo inevitable...

GRACIAS, MUCHAS GRACIAS.

Dara dijo...

Escribiría cada mañana en el folio blanco el destino que estaba dispuesta a vivir.


Un miau grande para ti y para Verde.

celemin dijo...

Vaya, van a trabajar juntos en la misma oficina ;-)

Rebeca Gonzalo dijo...

Estoy con María. Un final sensacional. Digno de una gran historia como es ésta. ¡Precioso!

Unknown dijo...

Llego desde la recomendación de María...

y ha cumplido las de sobra las expectativas, ya de por sí altas, por recomendarlo ella que también escribe cosas preciosas.

Me ha parecido bonita y emotiva por un lado, y sencilla y cercana a la vez. He pasado un buen rato leyendola y me he llegado. Me ha hecho pensar sobre cosas, sobre el pasado...

Muchas gracias por el viaje.

Saludos,