Hogar



Aquello fue como llegar a casa por primera vez, después de haber cruzado el umbral de la puerta mil veces y de haberme descalzado otras tantas, pero siempre era un suelo ajeno el que me esperaba tras la puerta. Un suelo que yo pisaba descalza como si creyera que de aquella manera podría hacerlo mío. Supongo que no entendía entonces que no son las paredes las que hacen un hogar. Que si te aferras a un muro, cuando se derrumba te quedas sin nada.

Pero no eran paredes sus brazos, no. Eran en el lugar en el que yo supe que querría estar toda mi vida. Su cuerpo encajado con mi cuerpo, como un puzzle de carne y huesos. Lo supe. Que aquello se sentía como un hogar. Aunque no estuviera descalza y allí no hubiera nada ni remotamente parecido a una pared.

Luego hubo muchas cosas qué decir. Las palabras iban y venían de su teclado al mío. Y, cuando se empezaron a quedar cortas las palabras, tiré de números. Qué rara es la cercanía cuando está envuelta en distancia. Qué extraño transformar palabras en pulsos eléctricos.

Después supongo que fue inevitable. Yo me quedé sin opciones desde el principio. Así de rendida estaba, por voluntad. Por querer estar donde pisaran sus pies. Que mi hogar tenía su nombre. Que no son las paredes, son las personas. Es la persona.

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