Miedos


El otro día alguien me preguntó que a qué le tenía miedo. Por el momento y la situación, no supe que contestar, así que dije lo primero que pasó por mi cabeza y cambié de tema. Sin embargo, una parte de mí no se pudo quitar la pregunta de encima porque sabía que no había sido sincera en mi respuesta.

Si me lo hubieran preguntado hace un par de meses, probablemente habría terminado por redactar una lista inmensa de cosas que me aterrorizaban. Habría incluido en esa lista mi irracional miedo a los finales, a los silencios, a la soledad o al olvido. Lo mucho que me aterran los acontecimientos inesperados, las cosas que escapan a mi control o las sorpresas. Hubiera terminado hablando de mi pánico a los cambios, a las decisiones, a los impulsos. También, por supuesto, habría tenido que escribir sobre mi miedo a las agujas, a las alturas y al fracaso . Lo tengo tan claro porque, de hecho, empecé a escribir esa lista. Y, a medida que escribía, me iba dando cuenta de que ya nada de todo eso era cierto.

Sucede algo misterioso cuando te enfrentas al mayor de tus temores y sales victoriosa. De repente, te sientes capaz de todo. Lo que más temía en el mundo me sucedió hace un par de meses. Llevaba años teniendo un miedo irracional a que eso pudiera pasarrme y, cuando finalmente lo hizo, creí de verás que sería mi fin. Pero no lo fue. Sobreviví. Para ser más precisa, diría que viví. Por primera vez en mucho tiempo. Porque al final el miedo no es más que una forma de no permitirte vivir por completo. Pasamos tanto tiempo preocupados por lo que nos asusta, que nos olvidamos de que hasta eso forma parte de nuestra vida.

Ya no me dan miedo los finales porque he escrito el que, posiblemente, sea el mayor final de mi vida. Me he acostumbrado al silencio, tanto que me siento incluso cómoda en su compañía. No temo a la soledad porque sé que implica estar conmigo misma y eso me agrada. Tampoco temo al olvido porque ahora sé que solo se olvida lo que se necesita olvidar. Las sorpresas han resultado ser maravillosas. Me gusta no tener nada bajo control, es liberador dejar que las cosas simplemente sucedan. Los cambios ahora me parecen oportunidades y he descubierto que los impulsos a veces traen consigo una alegría. Ahora quiero volar y escribir sobre mi piel una sonrisa para que nunca se me olvide que la vida no consiste en esperar a que pase la tormenta, sino en bailar bajo la lluvia. Ya no temo al fracaso porque por fin entiendo que es también una forma de triunfar. He hecho pedazos esa absurda lista y he comenzado una nueva: la de las cosas que me quedan por hacer. Y soy feliz, de hecho, creo que nunca había sido verdaderamente feliz hasta ahora.

Y, si me volvieran a formular la misma pregunta, mi respuesta sería que solo le tengo miedo al miedo. Porque es lo único que debemos temer. Porque es lo único que nos impide vivir.


No hay comentarios: