Charcos

Esta historia tiene un defecto de fábrica. Un defecto y una virtud, en realidad. El defecto es que esta historia tiene principio, pero carece de final. La virtud es que, en realidad, esta historia son dos historias que un día se cruzaron sin querer.

El motivo por el cual esta historia solo tiene principio es porque yo, la narradora omnisciente, no soy otra que la vida. La misma vida que aparece en el comienzo de todos y cada uno de vosotros porque, por si aún no lo sabías, tú también has comenzado en algún momento. Todos lo habéis hecho.

La chica de la diadema roja aparece en escena una curiosa tarde de verano. Curiosa porque, pese a ser verano, hace frío y aún así la gente viste sus atuendos estivales. A la gente le cuesta aceptar que las cosas no siempre son como deberían ser, pero eso es otra historia.

La historia de la chica de la diadema roja es sencilla: tiene una poderosa razón para dejar de preocuparse por lo que los demás piensen de ella. Por eso, lleva sus botas de agua y su vestido de lunares rojos. Por eso recorre las calles en busca de algún charco sobre el que saltar.

Solo hay un fallo: hoy no llueve y, por tanto, no hay charcos.

El jardinero no entra en escena, él está en el escenario que la chica de la diadema roja pisará en unos instantes. Él también tiene una historia.

La historia del jardinero es complicada: él quería estudiar química pero su madre enfermó y él tuvo que renunciar a su futuro para cuidar de ella. Ahora su madre está muerta y él riega plantas en un jardín público. A veces lee libros de química orgánica en casa. Le gusta pensar que podría haber cambiado el mundo. Le gusta pensar que su madre sonríe desde el cielo cuando, cada domingo, coge las flores más bonitas del jardín y las deposita en su tumba.

El jardinero es joven, pero no tanto como le gustaría. Está solo porque ya no quiere conocer a nadie. Él no lo sabe, pero tiene miedo de volver a perder a alguien importante. Tiene miedo de tener que volver a renunciar a su vida para ver como se acaba otra. Y, por eso, el jardinero no tiene a nadie. Y, si alguien intenta entrar en su vida, señala rápidamente el cartel de “cerrado”.

La chica de la diadema roja no encuentra sus charcos. Los imagina y trata de saltarlos, pero no es lo mismo. La imaginación no te moja las rodillas.

El jardinero la ha visto hace, exactamente, un minuto cuarenta y dos segundos. Aún no ha podido dejar de mirarla. Su diadema roja recorre el jardín curiosa, expectante. Llega hasta donde está el jardinero. Le mira a los ojos.

- Busco charcos.- dice- ¿Has visto alguno por aquí?

Y el jardinero comprende. Nadie entendería jamás que pasa por la mente de esos dos desconocidos que, en una milésima de segundo, se han comprendido. Seguramente pensarían que están locos. Sí, lo pensarían de inmediato, nada más ver al jardinero coger su manguera y mojar la acera. Mojarla hasta llenarla de charcos. Hasta empapar las rodillas de la chica de la diadema roja.

Ella baila sobre sus charcos artificiales. Él la moja con la manguera y ríe, ríe sin miedo. Se siente vivo como hacía años que no se sentía. Es feliz. Ambos lo son.

Y, como ya os dije antes, esta historia tiene un defecto de fábrica: acaba aquí. Yo no sé más porque, en ese instante, el corazón de la chica de la diadema roja dejó de latir. Ella ya sabía que aquello pasaría antes de que llegaran las lluvias pero, un último deseo no entiende de estaciones… y él suyo buscaba charcos y rodillas mojadas.

14 comentarios:

Paula dijo...

Qué bonito Sara :)

Rebeca Gonzalo dijo...

8)Me has emocionado hasta las lágrimas. Por momentos tenía que releer, porque me sentía perdida, pero es maravilloso haber leído las líneas finales. Precioso aunque un tanto triste. Un abrazo.

galmar dijo...

qué lindo!!! y sí... también un poco triste. me han gustado mucho tus personajes :) y su encuentro, tan fantástico!!! muchos besos!!

Dara dijo...

Oh. Pobrecita Sara, con la de charcos que le quedaban aún por conocer...


un
miau
de
azúcar
glass

Deprisa dijo...

El final ha sido como un jarro de agua fría, por un momento mi corazón también ha dejado de latir.

Ehse de Deprisa.

Reithor dijo...

Qué envidia poder morir siendo feliz. Ese debería ser el deseo que todos tuviéramos, pero claro, la muerte es algo tan ajeno...

Lo de leer química orgánica como hobbie no me entra en la cabeza, y lo dice uno que vive de algo parecido :)

celemin dijo...

Todos somos "el jardinero" en alguna ocasión...
La vida es un poco cruel...

maria dijo...

^^ el jardinero podria tener mejor gusto y elegir la quimica fisica o la quimica inorganica, qe la organica es demasiado aburridita ^^ besitos

Posmoderna dijo...

y q paso con el jardinero?

Pedalier dijo...

"Tiene miedo de tener que volver a renunciar a su vida para ver como se acaba otra"

Cuánta verdad puede llegar a tener esa frase. ¿Por qué no tiene un final feliz esta historia?

Un beso.

Tom dijo...

"Él no lo sabe", excelente. Y perfectamente narrado, como ya es habitual. Te sigo leyendo aunque escriba poco. Un saludo.

Virginia Vadillo dijo...

Me encanta!! Me encanta como lo has contado, como son los personajes, la agilidad del texto. Muy, muy bueno, de verdad!! :)

Emma Grandes dijo...

Impulso tras impulso. Primero, mis lágtimas han brotado. Inmediatamente después escribo estas líneas. Estoy fascinada, no puedo decir más.
Besos desde mi mirilla (me temo que no voy a poder dejar de mirar hacia este lado).

Pugliesino dijo...

Nada mas ver la diadema roja sentí que la había visto antes en algun lugar de esta Avenida.
¿O llevaba botas rojas? Lo que sí posee es esa viveza que consigues en tus personajes. La vida que les proporcionan tus palabras haciendo que podamos hasta oir el chapoteo por los charcos!
Las historias terminarán al llegar a ese punto final o párrafo último. Pero sucede que tras leerlas continuan vivas.

Un abrazo!